En Pelileo la calma empieza cuando los locales de venta de jeans se cierran. El frío intenso ahuyenta a los transeúntes que van a sus casas luego de trabajar en las fábricas textileras. Poco a poco las calles se quedan desoladas. Son las 20:00.
Solo en la esquina de la calle Eloy Alfaro y Juan Melo hay mucho movimiento. Allí se levantó una casa prefabricada con tres habitaciones, una pequeña cocina y un baño. Es la sede de la Cruz Roja de Pelileo (Tungurahua).
En el patio, nueve voluntarios de 18 a 35 años se forman. Llevan botas y pantalones negros, chompas azules y petos blancos con una cruz roja pintada. Además, usan un casco blanco con la insignia, lentes protectores y mascarillas.
Alejandro Gómez los dirige. El es coordinador de operaciones de la Cruz Roja de Pelileo. Tiene 22 años y ya lleva nueve sirviendo a la institución como voluntario. En este cantón de Tungurahua hay 31 jóvenes que trabajan en la entidad de forma gratuita, incluso las 24 horas del día cuando el volcán Tungurahua erupciona.
En esta zona hay cerca de 400 personas que viven en poblaciones de alto riesgo, como Cusúa, Chacauco y Bilbao. Más del 80% de ellos sale por las noches a los albergues y el resto se queda.
Gómez inicia su jornada a las 18:00. Él y el resto de voluntarios se encuentran en la sede. Llegan después de su trabajo o de estudiar en la universidad.
Gómez labora en un fábrica de jeans. Tiñe las telas antes de su confección. Allí trabaja desde las 07:30. Llega puntual, aunque haya permanecido toda la noche despierto en la Cruz Roja.
El martes pasado estaba previsto realizar una evaluación de caída de ceniza, cascajo o lluvia en las comunidades cercanas al volcán. También tenían que ir al albergue de Cotaló para conocer cuáles son sus necesidades.
Los voluntarios deben cumplir funciones como atención prehospitalaria y psicosocial. También evaluación, búsqueda y rescate.
Rompen la formación y se dirigen al Vitara azul de Edison Escobar, también voluntario, quien usa su vehículo para los recorridos porque la base de Pelileo no tiene movilización. Primero arreglan la bandera de la entidad sobre la parte delantera del auto.
Luego, los nueve voluntarios ingresan en el automotor. Se acomodan uno sobre otro porque el espacio es limitado. Gladis Morales despide a su hija Daniela Gallegos, quien es alumna universitaria. “Cuídate mucho. Irán con tranquilidad. La traen a salvo, por favor”, recomienda la madre, que apoya la labor voluntaria de su hija frente al incremento en la actividad del Tungurahua.
La carretera es angosta y sinuosa rumbo a Cotaló. La niebla es más espesa, mientras avanzan por el camino. Las primeras gotas de lluvia caen. Desde el centro de Pelileo hasta el albergue hay cerca de 40 minutos.
Cynthia Hinojosa es la primera en bajarse. Colabora desde hace tres años con la Cruz Roja. Lo que más le gusta es la atención psicosocial que dan a los niños. En Cotaló hay 19 familias que llegaron de Bilbao. Luis Reinoso, habitante de este poblado, está agradecido por estos jóvenes. “Siempre nos visitan y la gente confía en ellos y traen lo que nos hace falta”.
Hinojosa y cuatro compañeras juegan con los niños y les preguntas cómo se sienten. Los hombres van más cerca del cráter, a los caseríos de San Juan y Pillate.
El volcán los recibe con una explosión. Vibran las paredes y los ventanales. Ellos conversan con los vigías y miden la cantidad de material volcánico. El recorrido dura por lo menos una hora más.