Wolfgang Kerler
IPS
La canciller (jefa de gobierno) de Alemania, Angela Merkel, fue elogiada en el mundo por abrir las fronteras a cientos de miles de refugiados de Siria e Iraq por razones humanitarias. Pero esa decisión le hizo perder el gran apoyo que tenía entre los alemanes y hay posibilidades reales de que pierda las próximas elecciones nacionales.
El 3 de octubre de 2016, cientos de personas se reunieron fuera del centro histórico de la ciudad alemana de Dresde, donde tenía lugar la conmemoración oficial por el Día de la Unidad Alemana, pero la mayoría no estaba para celebrar, sino para protestar.
Cuando Merkel finalmente llegó a Dresde, la multitud comenzó a abuchearla: “Merkel debe irse”, “fuera” y “traidora”.
No hace mucho, una situación como esa parecía imposible.
En la primavera boreal de 2015, las encuestas de opinión mostraban al partido conservador Unión Demócrata Alemana, de Merkel, con más de 40 por ciento de apoyo de los alemanes. Y los social demócratas, en segundo lugar, obtuvieron menos de 25 por ciento, aun después de casi 10 años de gobierno, la canciller parecía indispensable para los alemanes, y gozaba de una aprobación de 75 por ciento de los sondeados.
Pero tras los acontecimientos de septiembre de 2015, su popularidad cayó rápidamente a menos de 50 por ciento, y su partido a 32 por ciento, según las últimas encuestas.
El 31 de agosto de 2015, Angela Merkel hizo su famosa declaración “podemos lograrlo”. Ya ingresaban al país más de 100.000 refugiados al mes, y ella estaba deseosa de asegurarle a la población que Alemania podía integrarlos.
Días después del compromiso de Merkel, la situación se volvió aún más dramática.
Las autoridades húngaras prohibieron el ingreso de miles de refugiados, que escapaban de la violencia y de la guerra en Medio Oriente, impidiéndoles abordar trenes a Austria o a Alemania, donde pretendían solicitar asilo.
Familias enteras tuvieron que dormir en refugios provisorios fuera de la estación de tren de Budapest, donde voluntarios se esforzaban por suministrarles un mínimo de ayuda.
El 4 de septiembre, Merkel y su contraparte de Austria, Werner Faymann, decidieron abrir las fronteras de sus países para las personas atascadas en Budapest.
Y poco después, los primeros trenes llegaron a Múnich, y muchos alemanes recibieron a los refugiados, ofreciéndoles alimentos, bebidas y ropas. Unos 890.000 solicitantes de asilo ingresaron entonces a Alemania.
“La reacción del gobierno alemán no fue una política de puertas abiertas, sino una reacción humanitaria en el marco del derecho internacional”, explicó Petra Bendel, profesora de ciencias políticas en la Universidad Friedrich-Alexander, de Erlangen.