Cruz Lara es una madre que les enseña a sus hijos a estar tranquilos después del terremoto del 16 de abril. Foto: Antonio Salazar / EL COMERCIO
La pregunta es sencilla: ¿Cómo ha estado? Un llanto largo y silencioso vence la fortaleza de Cruz María Lara, manabita de 33 años y madre de cinco hijos de entre 16 y tres años. Desde hace tres semanas, cuando ocurrió el sismo de 7.8 grados, nadie le ha hecho esa pregunta. Está angustiada y cansada, pero también agradecida y fortalecida. Contiene una mezcla de emociones que no logra expresar con palabras.
Para ella, a las preocupaciones habituales de la maternidad se suman otras para las que no se siente preparada: qué van a comer sus hijos, podrán estudiar, dónde van a vivir, qué van a vestir… Su casa, ubicada en el barrio Nuevo Amanecer, en el norte de Pedernales, está destruida y sus pertenencias ahora se limitan a dos paradas de ropa. Vive en un cuarto prestado por una vecina amiga. Usa una cama prestada y un toldo regalado. “Ser madre en estas condiciones es como llevar un dolor muy grande porque no sé si mis hijos estarán bien”, dice.
Los dos hijos más pequeños, de 8 y 3 años, la acompañan durante el día; la niña de 12 está actualmente con los abuelos en El Carmen. Los mayores, de 16 y 15, acompañan a su esposo para trabajar en la reconstrucción de piscinas camaroneras; cumplen una labor de jornaleros, un trabajo por el que ganan USD 4 al día.
Si por ella dependiera, evitaría que sus hijos pasen tal prueba. Para esta madre es doloroso pensar que tuvieron que abandonar sus juegos y estudios a la fuerza, para ganarse la vida en un trabajo extenuante, bajo un calor de 30 grados. “Así es la vida, ahora estamos golpeados, pero estaremos bien”, dice animada.
Ser madre durante el sismo probó su amor, al punto de ofrecer la vida por las de sus hijos. Cuando se inició el terremoto se quedó paralizada, sus hijos mayores la llamaban desde la calle para que saliese de la casa, pero ella no podía. Todo era caos. La gente de su barrio gritaba y los niños lloraban. Cuando las paredes empezaron a caer, sacó fuerzas y tomó a su hija de tres años y la cubrió con su cuerpo para evitar que se lastimara. Salió segundos antes del derrumbe. Cruz recibió el golpe de un pedazo de pared, en la cabeza y en la pierna, pero su niña estaba bien. Cuando siente las réplicas ya no llora, como al principio. Ahora es la fuerte, la que enseña a sus hijos a estar tranquilos y a salir con calma de la casa prestada.