Joyce quedó ciego y, al igual que Borges, era un lector microscópico. Con esa actitud posiblemente se deben leer dos novelas suyas: ‘Ulises’ y ‘Finnegans Wake’. Foto: Archivo
James Joyce es un escritor imposible, al menos si se trata de leer su ‘Ulises’, considerada la mayor novela del siglo XX. Publicada por primera vez en 1922, inauguró todas las técnicas narrativas de la literatura contemporánea.
Se dirá que pocos han logrado leerla por completo. Tiene 768 páginas en la edición de 1947 de Random House; 714, la traducción al castellano de Salas Subirat de Losada. Eso no es un problema en sí; hay muchos libros que tienen esas dimensiones. Piénsese en ‘El Quijote’, por ejemplo, que podríamos considerar la primera novela; o ‘Guerra y Paz’, de Tolstói, canonizada por muchos como la mejor novela de todos los tiempos, aunque la mayoría ha debido leerla en traducción.
‘Ulises’ es un paralelo a ‘La Odisea’, de Homero. Pero el viaje de sus personajes (Stephen Dedalus y Leopold Bloom) no ocurre en 10 años, como la epopeya griega. Es una épica moderna que transcurre en un solo día y en Dublín.
¿Cómo se puede contar en casi 800 páginas un solo día? Un lector curioso querrá saberlo; un escritor, descubrir inmensas posibilidades narrativas. Pero ¡que alce la mano quien las pudo leer completamente!
Se mira con asombro, admiración y hasta con algo de incredulidad a quien dice que sí. Leerlo es algo parecido a una obligación moral. Jorge Luis Borges, a quien se le puede definir como un “lector de vanguardia”, según Ricardo Piglia, decía que no lo había leído por completo y dudaba que la mayoría lo hubiera hecho.
La novela de Joyce es, a la vez, la obra más compleja que se ha escrito. De hecho, hay hasta manuales para leerla. En castellano está, por ejemplo, ‘Ulises, claves de lectura’, del argentino Carlos Gamerro. Es el resultado de casi dos década de docencia en las que enseñó cómo seguir este libro. ¡Y tiene 416 páginas!
Gamerro afirma que la gran invención de Joyce en esta novela es que está el lenguaje del pensamiento. La literatura, dice, se ha manifestado en el lenguaje escrito y en el hablado. Si bien el pensamiento está en toda la literatura, Joyce lo hace de un modo totalmente diferente. Traslada la manera caótica cómo pensamos, que es distinta a cómo decimos las cosas y las ideas, ya sea por vía oral o escrita, a alguien.
El monólogo interior es la gran técnica de Joyce. Solo se trata de hacer un pequeño ejercicio en nuestras vidas: quedarse a solas y pensar. ¿En qué? Eso no importa: en lo más trivial, si se quiere. No demorará mucho en darse cuenta de que es muy diferente a cómo lo dirá o escribirá. Ese monólogo interior será siempre otra cosa.
“El gran descubrimiento de Joyce es que todo aquello que nos parece que no es importante -todas las pavadas, las estupideces y el fárrago mental que la literatura nos había acostumbrado a dejar de lado- tal vez fuera lo que realmente importaba”, dice Gamerro, en un ciclo de literatura de Infobae.
La novela fue odiada y amada a la vez. Aldous Huxley decía que era la novela más aburrida de todos los tiempos. Virginia Woolf, otra escritora compleja, detestaba a Joyce, y lamentaba haber interrumpido la lectura de Marcel Proust para dedicarse al ‘Ulises’ por recomendación de T.S. Eliot.
Ezra Pound dirá lo contrario. “Todos los mortales deberían unirse para honrar a ‘Ulises’; los que así no lo hicieren, que se contenten con ocupar un rango inferior en las órdenes intelectuales”.
El libro fue censurado. Los críticos de los diarios se horrorizaron. El Dublin Review dijo que “leer ‘Ulises’ es un pecado contra el Espíritu Santo, el único pecado sin perdón de Dios”.
Si de complejidades se trata, luego de ‘Ulises’, Joyce se embarcó en una aventura aún mayor de experimentación en ‘Finnegans Wake’, al que llamó originalmente ‘Work in Progress’. Es un libro intraducible, aunque existan traducciones. “Farabula ferevisiones, falento de lo que fhalla, y fiversión fragorosas fe las ferias fecinales”, se lee, por ejemplo, en la versión del argentino Marcelo Zabaloy.
Pero esto también puede colocar a Joyce en esas cumbres inalcanzables de la literatura. Como decía Piglia, si la novela nació con ‘El Quijote’, que es una traducción de unos manuscritos, la novela termina con ‘Finnegans Wake’, que es imposible de traducir.
En el prólogo de la novela de Hugo Foguet, ‘Pretérito Perfecto’, Fabián Soberón dice que toda ciudad aspira a tener su Joyce. Pero para ello, el escritor que se convierta en su Joyce deberá abandonarla para siempre.
El dublinés Arthur Power conoció a Joyce cuando ya había publicado ‘Ulises’. Dice que en realidad odiaba Dublín, pero con esta novela -valdría añadir que en sus otras obras también- la “refundaba amorosamente”.
La capital irlandesa fue su obsesión. El título de su primer libro es ‘Dublineses’ y también escandalizó. Si vivió en varias ciudades de Europa, no le importaba absolutamente nada de lo que pasaba a su alrededor. Ni siquiera se dio cuenta de que había una guerra, cuentan. Siempre quiso saber de Dublín, aunque la relación nunca dejó de ser tensa. Estaba convencido de que los nacionalistas le habrían de pegar un tiro si volvía.
“Si vivo en París, es justamente para ponerme a salvo de la furibunda y aburrida atmósfera política de Irlanda; porque si aquí resulta difícil crear obras que valgan la pena, en un ambiente a lo ‘padre Murphy’ (NdlR: sacerdote y uno de los líderes de la rebelión de 1798)es directamente imposible”, dijo Joyce a Power.
Su conflicto mayor era con la Iglesia Católica (Roberto Bolaño decía que Irlanda era el mayor exportador de sacerdotes). Hasta lamentó la independencia de Irlanda del Reino Unido: “En el Dublín de mi época había una libertad casi desesperada, nacida de la irresponsabilidad, porque los ingleses eran quienes gobernaban, así que todo el mundo decía y hacía lo que le venía en gana. He oído que ahora, tras la independencia, existe menos libertad. La Iglesia se ha metido en todo (…) No veo mucho futuro para nosotros desde el punto de vista intelectual. Una vez que la Iglesia esté al mando, lo devorará todo… Solo quedarán unos cuantos andrajos por los que no valdrá la pena luchar: seremos una segunda España”, pensaba Joyce.
Pero de tal modo levantó Joyce la figura de Dublín, que cada 16 de junio, desde 1954, es el Bloomsday. Y es que Joyce puede ser sinónimo de esa ciudad, que, de pequeña y casi anónima, pasó a ser universal.