El rechazo a EE.UU. y otras potencias refleja el inconformismo en la era de la globalización.
La mitad de los habitantes de este planeta usamos Internet. Según el informe 2018 de We Are Social y Hootsuit, somos 4 021 millones de personas conectadas. Pero solo un porcentaje mínimo sabe cómo navegar por la ‘web profunda’, esa que permite hallar y analizar datos y documentos -a veces con información que puede llegar a tumbar gobiernos- que jamás van a ser ubicados a través de una búsqueda simple en Google. La gran mayoría del resto usa la misma tecnología, pero va muy poco más allá de comprar y vender, participar en redes sociales, compartir memes y videos…
Cuando la World Wide Web nació oficialmente en 1991 en Ginebra, apenas habían pasado menos dos años desde la caída del muro de Berlín, y en medio del furor por la perspectiva de un resurgir de las democracias, la llegada de la gran autopista de la información prometía una nueva era de florecimiento humano y cooperación global. Y ya llegado el cambio de siglo, en pleno auge de la globalización, era común escuchar hablar de ‘la muerte de las distancias’ y ‘el mundo es plano’, sin fronteras.
Pero los giros que ha dado la historia en las dos últimas décadas han mostrado que la globalización, más que allanar caminos, los ha vuelto más montañosos y disparejos que antes.
Los escritores Ian Goldin y Robert Muggah lo miran con preocupación en su análisis. “Más que nunca, el código postal determina la perspectiva, la esperanza de vida y destino. En lugar de reemplazar ideales nacionales con valores compartidos, la globalización ha encaminado hacia la competencia rapaz, el deterioro de los estados de bienestar y la corrosión de las instituciones internacionales”.
Técnicamente, ahora hay muchas más democracias que antes de la desaparición de la Cortina de Hierro, pero los valores liberales que se esperaba cultivar, paradójicamente, parecerían desvanecerse.
Parecería como si la historia se repitiese. Recordemos que la Ilustración de los siglos XVII y XVIII llegó tras el despertar del Renacimiento, con su revolución científica y artística pero también con su creciente intolerancia y guerras religiosas, así como la persecución de científicos e intelectuales.
David Held, internacionalista de Durham University, apunta que estamos en un verdadero crucigrama muy difícil de resolver respecto a la política en esta era globalizada. Un embotellamiento en el cual alcanzar un acuerdo en las negociaciones internacionales se vuelve más complicado por el crecimiento de nuevos poderes como India, China y Brasil, porque un mosaico más diverso de intereses deben ser martilleados para encajar en un acuerdo global.
Y mientras por un lado esta multipolaridad es un signo positivo de desarrollo, por el otro puede traer más voces e intereses a la tabla, que complican obtener resultados coherentes.
A esto se suma el hecho de que los problemas que enfrentamos a escala global se han vuelto más complejos -con el calentamiento global como un ejemplo acuciante- y han penetrado profundamente en las políticas locales, y con frecuencia resultan extremadamente difíciles de resolver.
Los principales organismos multilaterales creados hace 70 años, como la ONU, han mostrado dificultades para adaptarse, y se aferran a unas reglas para la toma de decisiones que no se acomodan a las condiciones de la actualidad.
¿Cómo actuar frente a este panorama? Goldin y Muggah primero recomiendan a las élites tomar nota de la historia, y recordar que durante y después del Renacimiento surgió una violencia reaccionaria a la falta de capacidad de actuar frente a los cambios. Y algo parecido ocurrió tras la invasión de Estados Unidos a Iraq y la crisis financiera del 2008.
En un momento cuando el nacionalismo populista florece en Europa y EE.UU. –Trump y su accidentado gobierno son una muestra- parecería que la mejor opción sería olvidarse del paradigma del siglo anterior de que existe una marcada división entre la izquierda y la derecha, socialismo y capitalismo. Estos autores parecen convencidos de que la política en el 2019 está basada en valores, por lo cual los partidos tradicionales están siendo barridos por movimientos que apelan al sentimiento nacionalista y a fantasías nostálgicas.
Tristemente parecería que la desigualdad es de los pocos fenómenos que se globalizan cada vez más. A este se suman los extremismos, la dictadura de los algoritmos y las ‘fake news’ (noticias falsas) y la política marcada por la influencia foránea. Incluso en los países más desarrollados crece la preocupación de cuántos empleos se van a perder frente a los avances de la tecnología, y a pesar de que el ingreso promedio en Occidente se ha duplicado (y en China triplicado) desde 1989, la línea divisoria entre los círculos de poder económico y los que han sido dejados atrás continúa creciendo.
Por eso el gran desafío para los gobiernos y multilaterales es romper el círculo vicioso conformado por una globalización mal manejada, la cooperación internacional con un campo de acción reducido y la irrupción del discurso nacionalista contra la integración de políticas e ideas.
El tema para el Foro Económico de Davos que empieza el 22 de enero es la globalización en la era de la “cuarta revolución industrial”, caracterizada por fenómenos como la inteligencia artificial, la nanotecnología o la aceleración de la industria robótica. Todo eso existe pero la desigualdad social también, y este es el reto para que la globalización no se caiga como el muro de Berlín.