Jorge Martínez (1955) es el guitarrista, vocalista y líder de Ilegales, una de las bandas constructoras del rock y el punk a escala mundial. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.
–¿Sentir nostalgia de América, de lo desconocido?
–Antes de conocerla, la quería. No sé por qué. Veía reportajes en la televisión. Y sí, sentía nostalgia de América, la sentía mía. Pero cuando llegué a Quito, el primer lugar que pisé en este continente, dije ‘¡Joder, es por esto!’. Algo se satisfacía dentro de mí. No sé de dónde venía, no podría explicarlo. Habrá sido mi abuelo, que era un capitán marino mercante. Habrá visitado Guayaquil, habrá visitado Quito… Quizá los cromosomas memoria nunca olvidan que todos somos viajeros.
Son las 12:30 (25 de enero del 2018). Quito es un horno. La temperatura se intensifica a los pies del Monumento de la Independencia, en el Centro Histórico. Ambienta a decenas de carpas que descansan frente al Municipio. Ahí -en una jungla de turistas y desorientados- se levanta una protesta local. Pronto, un auto turquesa pausa el tráfico. Los niños dejan las escuelas; los comerciantes luchan por alcanzarlos. Y entre la multitud dispersa, aparece Jorge, el loco. Jorge, el imprevisible, el incorregible. Jorge Martínez, el constructor de Ilegales, la banda española que levanta los puños del punk internacional desde 1981.
No es el niño difícil de 12 años -siempre nervioso, como él mismo admite-. Pero el pequeño dejó una huella en el hombre, que ahora tiene 63 años y un legado latente en el rock asturiano. Siempre combativo -puntilloso y descarnado en ocasiones-, Jorge ‘Ilegal’ está consciente de que en cualquier arte (como la música) hay que volverse loco y recuperar la cordura justo a tiempo para no dañarlo todo. Lo ha aprendido desde los tiempos en que gestó la formación Madson (1977) -la banda en la que se cazó la primera versión de Soy un macarra-, y después con Ilegales (1981).
En esta imagen, Ilegales llegó a Guayaquil en 1987. Lo hicieron tras 24 horas de ‘insomnio autoinflingido’. Foto: Cortesía Ilegales.
En Quito, el Ilegal mayor camina a paso lento. Acostumbrado a las cámaras, Martínez -armado con una boina azul, un blue jean y zapatos rojos- se deja conducir. No es la primera vez que visita el Casco Colonial, pero sí es la primera que lo hace a la luz del día. “Estuve por aquí (Plaza de la Independencia) hace algunos años. Pero aquella vez lo hice en la noche. Me habían dicho que era peligroso pero ¡joder! sí que me di unos buenos encontrones aquí. Qué bueno es volver, lo que más me gusta de Quito es esto, su historia”, relata.
Nació en mayo de 1955, en Avilés. En una cuna con genética guerrera, militar y acomodada económicamente, Martínez se recuerda como un muchacho inquieto. “Era nervioso, lo sigo siendo. No es que sea nervioso cuando toco, es que soy nervioso de fábrica. No se la puse fácil a mis padres. Intenté ser agente secreto cuando cumplí nueve años. Junto con un par de amigos, montamos una agencia secreta. Claro, no teníamos pistola. Había un guardia que tenía una pierna de madera, cuidaba un parque infantil. Pero estaba armado. Entonces, les dije a mis compañeros que lo derribaran. ¡A la de tres! Cuando lo hicieron, corrí a levantar la pistola. Sí, la cogí, pero era de madera, igual que su pierna…”, cuenta, entre risas.
Sus fantasmas, dice, están en una casona que ha sobrevivido más de 600 años. En ella, solía fijar su mirada en una pintura, que retrataba a hombres en plena travesía en el mar, en América. Ahí nació la nostalgia por un continente que, sin duda, forma parte de la historia de Ilegales. Aunque Martínez se forjó como un hombre de milicia -en un hogar de milicia- y aprendió estrategias de la milicia, el aprendizaje le sirvió, básicamente, para sobrevivir. No para seguir con el ejemplo familiar.
Intentó salir de su casa a los 13; era inocente. Pero finalmente lo hizo a los veintitantos -no lo recuerda bien- y salió a buscarse la vida. Y hacerlo en una España que vivía la posguerra, en la que se encendían neumáticos a las 08:00 y en el que la gente del norte combatió enérgicamente contra la autoridad, no era fácil. Ilegales se gestó a los pies de las reivindicaciones y la lucha obrera.
“Los gobiernos creían que los obreros eran unas cosas distantes, que de vez en cuando una especie de monstruitos que cumplían una serie de funciones y que salían bien de las minas. Pero lo hacían totalmente contaminados con las fundiciones de siderurgia, por el trabajo del día a día. Eran seres humanos que gritaban para que se les tuviese en cuenta y para eso mismo luchaban. Nosotros lo vivimos, por eso mis simpatías se cantan a esas batallas. He visto su capacidad de sacrificio, su dignidad. No puedo hacer menos que aplaudirles y hacerme eco de su reivindicación”, dice el músico.
Aunque Martínez no logró ser abogado, su música lo ha convertido en una suerte de litigante. Solo habría que revisar el catálogo sonoro de sus más de trece álbumes de estudio editados. Canciones como Europa ha muerto, Destruye, Agotados de esperar el fin, El norte está lleno de frío y Si no luchas te matas, el parteaguas de ‘Rebelión’, que le hacen honor a una banda que tiende una invitación de combate a quien lo escuche. Letras afiladas, denunciantes y por qué no, catárticas.
En esta postal, el ‘mosh pit’ que Ilegales levantó en el público quiteño en el 2011, durante su concierto en El Teleférico. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
El recorrido avanza. Jorge Ilegal se pasea por la protesta de un gremio de aspirantes a taxistas que se levanta en el Centro Histórico. La observa: “¿Ven? De esto mismo habla ‘Rebelión’. Si no luchas, te matas. Hay que salir, gritar”. Una seguidora, al verlo, tiembla. Sonríe; su acompañante solo alcanza a pedir una foto. El músico comparte unos minutos con ellos; les agradece, los abraza.
A unos pocos metros, varios ciudadanos venezolanos transitan por la ciudad. Jorge los mira, los va desentrañando, antes de lanzar una reflexión. El éxodo se vive en todo el mundo, dice. Y no ve bandera. “La gente viene de callejones sin salida, las fronteras revientan de hambre pura. Y no es un problema provocado por el político de turno que es, generalmente, una marioneta -como Maduro- de los señores oscuros de esos ‘x’ que son a quienes les repugna la política pero que son quienes mueven realmente los hilos en el mundo. El enemigo no es una cuestión de fronteras; el nacionalismo artificial que se inocula en el pueblo para que pierda su conciencia de clase lo es”, sentencia Martínez.
Preguntarle a Jorge sobre su proceso creativo genera una sola respuesta: las canciones no se crean, se cazan, pero además, requiere “una exploración a esa incómodo ser que es el yo”. Sí, en las canciones de Ilegales no solo se levanta el puño, el sentimiento está. Hay discos del conjunto como ‘El corazón es un animal extraño’ -que según el músico es el álbum en el que mejor ha compuesto- con líricas más íntimas, desgarradoras.
Jorge Ilegal durante su concierto en el Ágora de la Casa de la Cultura, en el 2006. En los exteriores, decenas de personas fueron detenidas por querer entrar sin pagar al show. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Llegar al Monumento de la Independencia es liberador. En ese escenario -que ha visto huir a presidentes, llorar a las madres de los desaparecidos y gritar por la reparación de los caídos– Martínez dice que es el momento perfecto para no abrirle paso a la censura. Lo hace en el primer país americano que pisó y -paradójicamente- el que lo censuró.
En el Estadio Modelo (Guayaquil) los azotes de Ilegales ofendieron a más de uno. Era 1987, en una sociedad gobernada por León Febres Cordero. Su música incomodaba. La prensa decía, por ejemplo, que al ritmo del rock se destruyeron mallas. Los políticos, en cambio, reclamaban su ingreso.
Los catalogaron de locos, impresentables. Y, aunque los expulsaron, Martínez siempre quiere volver porque Ecuador -al contrario de la retórica de cientos de artistas que claman amar a un lugar que no conocen- sí se convirtió en un hito en la historia de Ilegales. En este 2019, la banda regresará a suelo ecuatoriano en dos fechas: el próximo 8 de marzo en el Coliseo Jefferson Pérez, en Cuenca, y en Quito, el 9 de marzo en el Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Del Ilegal y su personalidad se ha dicho mucho. Testamentos que critican su tertulia televisiva; otras, en cambio, que reconocen al veinteañero que le decía ‘si no te gusta mi careto, cambia de televisión’ a España. Otros han separado al músico del ser humano. Pero aquí, en la mitad del mundo, Jorge la tiene clara. El rock no está hecho de ficciones, sino de realidades. Y en las que vive a diario, combate a los carapijos con puntillasos musicales. Él -imponente y ojiazul- ha decidido ser siempre cigarra, en un mundo de hormigas. Y siempre, morir antes que perder la vida.