El registrador César Moya solicitó la preservación de los antiguos tomos al Instituto de Patrimonio.
Debió ser una cifra descomunal en 1907. El 20 de febrero de ese año se comenzaron a escribir con puño y tinta las páginas del Registro Mercantil de Guayaquil. En las primeras líneas de esta parte de la historia económica del Puerto Principal, el juez Consular de Comercio, doctor Asencio Manrique, inscribió la matrícula del comerciante Carlos Benjamín Pazmiño. La hoja, teñida de ocre por el tiempo y suturada con cinta adhesiva, testifica que tenía un capital de 3 000 sucres. Es el registro número 1.
Las letras ondeantes y espigadas de los escribanos plasmaron el crecimiento del comercio en la ciudad puerto desde la época republicana. Son 17 000 libros registrales -cada uno con 500 fojas- que guardan la memoria financiera de antaño y atesoran un patrimonio forjado en sucres. Sus vetustas páginas narran la conformación de extintas instituciones bancarias, de compañías que aún subsisten, de robustas sociedades agrícolas que con los años se desvanecieron, incluso de arcaicos mecanismos de préstamo que permitían poner en prenda animales de corral.
“Eran los años 30, la época de la prenda agrícola. En Guayaquil se prendaban vacas para acceder a préstamos. Hay registros de caballos de un antiguo hipódromo que existía en lo que hoy es el norte de la ciudad a cambio de créditos. En estos días, con la ciudad sobrepoblada, sin campo, es imposible pensar en algo así”.
César Moya es custodio de transacciones tan peculiares como esta. Al recorrer las estanterías, en el moderno edificio ubicado en la avenida Miguel H. Alcívar, el registrador sabe dónde están los tomos más relevantes.
Los registros mercantiles datan de la Edad Media. No existía un marco jurídico y el ejercicio comercial era cada vez más desbordante. Así surgen gremios de comerciantes, que crearon sus propios estatutos de acuerdo con cada actividad. La inscripción de sus sociedades, comerciantes hasta de naves y contratos, quedaría pormenorizada en libros.
En Ecuador, el Registro Mercantil era parte de los Juzgados de Comercio y estaba a cargo de jueces consulares de Comercio, quienes autorizaban las transacciones con sus señoriales rúbricas. A inicios de 1900 se abre la Oficina de Inscripciones, donde también se llevaban los libros del Registro de la Propiedad. Ambas se independizaron en 1974, durante la presidencia de Guillermo Rodríguez Lara, y se crean oficinas en Guayaquil y Quito.
A partir de la década del 80 empiezan a funcionar en otros cantones para reportar la creación de compañías, la nómina de sus directivos, capitales y bienes, los créditos que las entidades financieras conferían… Fue en Guayaquil donde quedaron sentadas las primeras y más notables inscripciones. Como una de inicios de 1908, firmada por el juez Manrique. Era un contrato de préstamo de 10 000 sucres. El pulso de los escribanos continuó narrando la historia mercantil hasta los años 60, cuando la máquina de escribir mecanizó el registro. Uno de los tomos marca esa transición, entre una foja trazada a mano y otra impresa con caracteres diminutos que data del 2 de junio de 1961. Ahora se emprende un proceso de digitalización para preservar los libros.
La actividad mercantil está en el ADN guayaquileño. El historiador Guillermo Arosemena describió al detalle en uno de sus artículos sobre la historia del comercio, esa esencia que se fortaleció en la era republicana. Se valió de un censo de negocios de 1832, el más antiguo del que se tiene registro, para contabilizar 12 curtiembres, cinco alambiqueros, 13 boticarios, 11 piladores, 13 hojalateros y más de 100 grandes empresarios, entre importadores, exportadores y agricultores. “Desde el inicio de la república, las compañías se constituyeron por escritura pública, con aportes de dinero en efectivo -en aquel año aún en pesos- o bienes”.
Los escribanos consulares precedieron a los jueces. Arosemena rescató un fragmento del registro de la Casa de Comercio y Comisiones Esteban José Amador e Hijos para demostrar el lenguaje colonial que predominaba en los escritos, con autoridades y leyes que dejaron de existir.
Fue constituida en 1832, con un capital de 451 780 pesos para “dar mejor impulso y expedición a los negocios de dicha Casa, tanto en los particulares de ella como en las comisiones extranjeras (…)”. El Archivo Histórico del Guayas también atesora documentos como este, en los que ya se evidencia la aparición de asociaciones entre dos o más comerciantes.
Al hurgar en el repositorio del Registro Mercantil surgen estas sociedades, conformadas por distinguidos guayaquileños. La caligrafía caprichosa de Federico Espinoza da fe de la inscripción número 535 de noviembre de 1907, para instituir la Sociedad Anónima de la Compañía Nacional Comercial. La foja de bordes carcomidos lleva grabados los nombres de Emilio Estrada, Francisco Urbina Jado y otros; su capital fue de 100 000 sucres, divididos en 20 acciones.
Al borde de otra página, refrendada con un sello barroco en el que apenas se distingue el Escudo patrio, el Banco de Crédito Hipotecario dejó constancia de la emisión de un préstamo al doctor Juan Gómez Rendón. Fue por 3 500 sucres, en siete cédulas de 500 sucres cada una, a 26 años de plazo y 9% de interés anual, “con hipoteca de casas, covachas y solares situados en esta ciudad”. Otras páginas ambarinas guardan los nombres de haciendas ganaderas y cacaoteras de Los Ríos, Santa Elena y varios cantones de Guayas, que otrora estaban anexadas a la gran provincia de Guayaquil.
Estos primeros reportes mercantiles se plasmaron en los albores de la planificación urbana de Guayaquil, cuando tras los devastadores incendios de fines de 1800 se censaron 3 723 construcciones, como detalla la Revista Municipal N° 3, de marzo de 1932.
“El Registro Mercantil es un termómetro de la economía nacional -dice Moya-. Desde los años de bonanza del boom petrolero, cuando hubo muchísimos más actos mercantiles que ahora por la pandemia -el 2020 cerró con 56 000 inscripciones, 20 000 menos que el año anterior-; hasta la aparición de entidades como Banco del Progreso. Todo está reportado: cómo creció, cómo fue su caída, la incautación y la congelación de créditos -añade-… Aquí está escrita parte de la historia política, económica y social del país”.