El tango ya nunca sería el mismo después del bandoneonista Ástor Piazzolla. Es una de las conclusiones a las que se llega hoy, que se cumplen 20 años de su muerte. En Buenos Aires y en Mar del Plata (su ciudad natal) la fecha no ha pasado inadvertida y los homenajes proliferan desde el sábado pasado.
El 30 de junio hubo algo así como una cumbre de bandoneones en la Usina de las Artes de la capital. A Piazzolla, el referente del tango contemporáneo –cosa que a los conservadores desagradó en su momento–, la fortuna le sonrío tempranamente. Cuando tenía 13 años y llevaba siete tocando el instrumento, conoció en Nueva York a Carlos Gardel, quien lo invitó a actuar en la película ‘El día en que me quieras’. El joven Piazzola tocaba para Gardel detrás de la escena. “Vas a ser grande, pibe, pero el tango lo tocás como un gallego”, le dijo el ‘zorzal’, y luego le propuso llevarlo de gira. El padre se lo prohibió. Hizo bien. Haber ido hubiera sido algo demasiado malo para el tango: en ese viaje, en Medellín, Gardel y todos sus acompañantes perdieron la vida.
Ya joven, fue arreglista y formó parte de la orquesta del más grande de todos: Aníbal Troilo. Pero fue con Nadia Boulanger en París, con quien dio el giro definitivo a su carrera. En 1955 creó el Octeto Buenos Aires y cambió los códigos del tango tradicional.
Piazzolla recorrió los escenarios del mundo con sus composiciones, tocó en el Teatro Colón y en el Central Park de Nueva York. Ganó un Premio César en 1986 por la banda sonora del film ‘El exilio de Gardel’, una de las más de 40 películas que musicalizó. Sus problemas de salud comenzaron en 1988, cuando se le realizaron cuatro bypass cardíacos. En 1990 sufrió una trombosis cerebral en París y murió el 4 de julio de 1992 en Buenos Aires.