El profesor de literatura le pidió que realice una exposición sobre la obra épica ‘La Ilíada’, de Homero. El libro de trabajo, en donde se muestra un resumen de dos hojas sobre la guerra entre troyanos y griegos, fue el único insumo que tuvo Gabriel Clavón, de 17 años, para la tarea.
Este alumno del Colegio Montúfar aseguró que no tuvo interés por leer la obra completa porque se trataba de un trabajo para el colegio. Y que le habría sido más fácil exponer la trama de una novela sobre Harry Potter, de la escritora Joanne Rowling.
“Me gusta porque a través de la lectura de las páginas puedo imaginar los mundos y personajes que se describen”. Además el lenguaje que se utiliza es más directo y claro que el empleado en las obras clásicas.
M. Eugenia Lasso, editora y escritora de editorial Norma, afirma que otro factor que incide en los jóvenes es que libros como Harry Potter están cargados de misterio, magia, superpoderes.
“Es todo lo que los chicos consumen a través de los dibujos animados, cine, la Internet o los juegos de video”. A diferencia de libros pasados llenos de moralejas o cuestiones éticas.
Esta búsqueda por lo misterioso también hace que Gabriel se incline por leer ‘Crepúsculo’, de Stephenie Meyer, que es una historia romántica de vampiros. Y la saga de Narnia, de Clive Staples Lewis, donde se cuenta sobre un mundo dentro de un armario.
Respecto a las obras nacionales, Javier Michelena, miembro del directorio de la Cámara del Libro, explica que este año las obras más vendidas a adolescentes fueron: ‘Estás frita Margarita’, de Mónica Varea; ‘Amigo se escribe con H’, de María Fernanda Heredia y ‘Simón era su nombre’, de Edna Iturralde. “Estos textos son los que más se han pedido en los colegios”, refiere.
Azucena Rosero, representante de editorial Eskeletra, en Quito, encuentra una característica en común, entre los nuevos libros y los clásicos: no dejan de contar historias. Harry Potter, por ejemplo, tiene más de un punto de contacto con los cuentos tradicionales. A igual que antes, señala, se narran historias que incluyen lobos que se comían a las niñas, hermanos que quemaban viva a una bruja arrojándola en un horno encendido; hombres que asesinaban a sus esposas y guardaban los cadáveres en una habitación del castillo. “Todo muy truculento, lleno de emociones fuertes”.
Para Laura Espín, escritora y maestra de literatura, los libros que son parte del programa de estudios aún están lejos de los intereses y mentalidad de alumnos, como Gabriel Clavón. Por eso no los leen en su tiempo libre. Los estudiantes ojean el libro porque es un requisito académico y necesitan tener una buena calificación. “La lectura no se enseña como una actividad para disfrutar, sino como un trabajo”, añade. “Creo que debería cambiar el programa de estudio y empezar por lo más cercano a los chicos, lo contemporáneo, para después ir profundizando en las obras clásicas”
Además, Tiarré Sebastian, gerente general de Librería Española, asegura que los padres aún ven como un gasto y no como una inversión la compra de un texto. “Creen que USD 10 es demasiado dinero”. Para Danilo Díaz, de 12 años, del colegio Spellman, el único libro que le ha gustado fue ‘Margarita Peripecias’, de Mónica Varea. La razón: “ me hizo reír mucho“. No ha elegido otro porque no conoce opciones de ese tipo de lecturas.
La familia es clave para inculcar la lectura
Marisol Carrera, de 7 años, está en segundo de básica de la escuela fiscal Luis Stacey, ubicada en el sector de Amagasí del Inca, en Quito. La pequeña es una fanática de la lectura, pero no siempre puede dar rienda suelta a su afición.
Solo puede leer en la escuela, porque en la casa no tiene los cuentos que a ella le gustan. “La Cenicienta (por ejemplo) no me la puedo llevar porque es prestada”, dice mientras acaricia con su mano la portada del texto, escrito por Charles Perrault.
Laura Espín, una docente que participó en una reciente campaña de animación lectora en el colegio Manuela Cañizares, dice los niños tienen una motivación innata para leer, pero que esta no se desarrolla sin los debidos estímulos. “Para los niños los libros son un mundo de fantasía, pero cuando llegan a la adolescencia muchos se dan de bruces con su entorno y se preguntan ¿para qué leer?”.
Esta maestra agrega que en los hogares no hay libros que no sean de compra obligatoria y se ha perdido la costumbre de leer antes de dormir. Los padres tienen menos tiempo para compartir y se delega esta función a la TV, la Internet o los juegos de video.
“En familias que cuentan con recursos económicos aún se hace un esfuerzo por valorar la lectura, pero en los estratos pobres no existen las posibilidades para invertir en este tipo de necesidades”.
El Gobierno ha impulsado varias campañas de entrega gratuita o a precios módicos de textos y campañas para incentivar a la lectura, pero aún hace falta que las familias valoren al libro infantil. Un texto para niños debe tener un lenguaje simple y directo e imágenes grandes que describan.