La comuna Cerro de Hayas, en el cantón Naranjal, trabaja en la conservación de la rana Atelopus balios. La especie está en peligro crítico y es un filtro de la calidad de las fuentes de agua del bosque. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
En 1973, el biólogo estadounidense James A. Peters la describió. “De piernas largas y delgadas. Su nombre significa manchado”. En 1995 fue registrada por última vez y 16 años después la redescubrieron.
La rana Atelopus balios es una especie endémica de Ecuador que está en peligro crítico, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Uno de sus últimos refugios es Cerro de Hayas, comuna cercana a la cordillera Molleturo, en Naranjal.
Con la declaratoria de Área Natural de Recreación de la Prefectura del Guayas (2014) surgieron nuevas pistas del anfibio de tono amarillo brillante y manchas negras. “Mostramos una foto a la comunidad y confirmaron que la habían visto. Hicimos recorridos y la encontramos”, recuerda la bióloga María Pérez, del Ministerio del Ambiente (MAE).
En Cerro de Hayas -que significa lamento del Inca- viven 28 familias. El bosque que los rodea no solo atesora valiosas especies sino también siglos de historia. Esta fue la casa de los Molleturos; por aquí pasaba el camino real del Inca, la ruta de comercialización con los Punáes y Huancavilcas.
Ahora los caminos conducen a la preservación. La especie es parte del Proyecto de Conservación de Anfibios del Ecuador y Uso Sostenible de sus Recursos Genéticos del MAE, con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Mientras avanza por el sendero pedregoso que dirige al estero Ochoa, José Jara reconoce el esfuerzo de la comuna. Han frenado la caza, la tala y luchan por conservar las fuentes hídricas, vitales para los pobladores y para el anfibio.
Aquí el agua brota de la montaña, en una transición entre bosque seco de la Costa y húmedo piemontano. Ese es el hábitat de la Atelopus balios, que mide entre 28 milímetros (machos) y 45 mm (hembras).
“No es fácil verla porque se camufla -dice Jara-. Aunque en ocasiones la observamos en las caminatas, no sabíamos de su importancia. Ahora estamos más comprometidos en cuidar esta fuente única de agua”.
Los técnicos monitorean la zona con los comuneros. Junto con ellos han analizado particularidades del anfibio, como el amplexus o abrazo reproductivo, que puede durar hasta 100 días, y la habilidad de las hembras para soportar hasta cuatro horas bajo el agua para desovar.
El cristalino estero Ochoa corre entre rocas cubiertas de musgo verdoso. Que la rana viva en este entorno es un indicador de su buena salud. “Hay un buen flujo, vegetación abundante e invertebrados, que son el alimento de la rana”, explica el biólogo Daniel Chávez, parte del equipo del MAE.
Pero los riesgos para este frágil ecosistema no son lejanos. Jaime Jadán es el presidente de la Junta de Agua de Cerro de Hayas. Mientras camina por el otro extremo de la comuna, el del estero Mina -donde brota la ruta de las 7 Cascadas que visitan los turistas-, muestra las huellas de la contaminación.
“Por años hemos luchado contra los mineros que buscan oro”. A su paso hay galerías ocultas entre los helechos y escombros, que han cambiado el rumbo de varios riachuelos.
La reserva tiene 378,06 hectáreas, según el registro de la Dirección de Ambiente de la Prefectura. Su directora, Verónica Llaguno, explica que avanza una propuesta para ampliarla a 800, con la finalidad de proteger la Atelopus balios.
En solo un pequeño parche de este bosque es posible hallar frondosos laureles, vijaos y platanillos, peces y lagartijas de cola azul metálico, perezosos y tucanes… Pero el canto de las ranas predomina. Cerro de Hayas es también el hogar de otras 31 especies de anfibios.