El absurdo ayuda a ver la vida con sentido crítico

El actor posa en el local de la compañía, laboratorio grupal y sede de talleres de formación teatral para estudiantes de la Universidad de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / El Comercio

El actor posa en el local de la compañía, laboratorio grupal y sede de talleres de formación teatral para estudiantes de la Universidad de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / El Comercio

El actor posa en el local de la compañía, laboratorio grupal y sede de talleres de formación teatral para estudiantes de la Universidad de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / El Comercio

El extrañamiento y la ucronía -una revisión alternativa de lo histórico- caracterizan las propuestas del grupo de Teatro Arawa, piezas como ‘Soliloquio épico coral’ o ‘Celeste’, que marcan su producción de los últimos años. Juan Coba Caiza, director fundador del grupo guayaquileño creado hace 36 años, reflexiona sobre la noción de lo absurdo, que condimenta un teatro que denuncia las incongruencias de la realidad.

¿Qué aristas iniciales surgen al hablar de lo absurdo?

Nos acogemos a esto de que lo absurdo es aquello que no está de acuerdo con lo razonable, con lo lógico, lo opuesto a la razón y lo carente de sentido. Pero refiere también a lo extraño y a lo raro. La escena política nacional y mundial está plagada de lo descabellado, de lo ilógico o lo insensato. Y si entramos en el campo de la filosofía consideramos una pregunta si se quiere mucho más íntima y personal, qué es la vida, que se nos suele presentar también como algo absurdo.

¿En ese sentido tiene que ver también con una cuestión existencial?

Nos puede remitir incluso a la idea del suicidio. El filósofo y escritor francés Albert Camus hizo del absurdo una corriente filosófica. Y se solía plantear el suicidio como una de las salidas o ‘soluciones’ ante un mundo raro e incomprensible, a la carencia de sentido y objetivo de la vida.

¿Qué otra salida hay como contrapartida?

Lo otro es decir yo vine al mundo para luchar, nos toca saber transmitirlo a los jóvenes, no solo como una lección aprendida de memoria. Creo que la lucha es una respuesta contra esa aparente carencia de sentido; luchar contra todo y confiar en que la persistencia ante los obstáculos te permiten avanzar, e incluso en la derrota tener la determinación de levantarse y seguir adelante. Si la vida carece de un significado supremo, cada quien tiene la oportunidad de encontrar un propósito y un sentido que puede moldear.

¿La religión plantea otra salida para llenar el vacío del absurdo existencial?

Claro, se encuentra en la religión esa paz o la posibilidad de decir no importa, sufre en esta vida porque una vez que te mueras vas a tener una mejor allá, en la siguiente. Creo que a veces hasta se tergiversa lo que pudo haber dicho Cristo. Yo creo que dijo que tenemos que ser iguales pero aquí en la tierra, el problema es que en el momento en que el imperio romano adopta al cristianismo como religión oficial lo transforma en otra cosa. Para mí, él fue un luchador contra lo que planteaba el imperio en ese momento histórico.

¿De qué forma lo absurdo nos representa como sociedad contemporánea?

Desde lo cotidiano, ir a trabajar, timbrar tarjeta, repetir la rutina diaria un día tras otro y tras otro. Te lo enseñan a través de la religión y de la educación como parte de una superestructura del sistema. Un amigo obrero decía que cambiaba todos los días de ruta de camino al trabajo y a la casa, como una estrategia para enriquecer su día. Por eso se busca el alcohol, la droga, otras suertes de escapes o fugas.

¿En política el absurdo es también un cotidiano?

Lo es desde que la politiquería degeneró la política. En el país desde hace mucho tiempo, desde que fue presidente cinco veces un señor llamado José María Velasco Ibarra. Cuando él hablaba en sus discursos no lo hacía de la forma chabacana de los populistas que vinieron después, te hablaba de una forma filosófica, la gente no lo entendía porque era un hombre ilustrado, pero lo veía como un Mesías, como la esperanza de que con él podía haber un cambio, pero solo había más de lo mismo.

¿El absurdo imperante permea la democracia?

Creo que hay un absurdo en obligarnos cada cuatro años a participar en un proceso electoral dentro de una aparente democracia, votamos, creemos en los planes de trabajo que nos ofrecen, pero una vez que ganaron se olvidaron de nosotros. Y nos obligan constantemente a estar participando en la lid electoral, pero ya hemos visto que eso no conlleva ninguna solución. Yo diría, como Agustín Cueva, que estas democracias son unas democracias restringidas, unas falsas democracias.

Según la raíz etimológica el concepto tiene que ver con lo disonante y se refiere a lo que no cuadra o no suena ¿Y al arte le interesa también señalar lo que no cuadray por eso se vale en ocasiones de lo absurdo?

Al arte le interesa romper con un molde establecido y con el pasado, la ruptura dentro de la experimentación brinda además miradas distintas sobre los problemas de la condición humana.

¿Cuál es la razón de ser del absurdo en el teatro?

Tiene que ver con la potencia de lo simbólico, con una cuestión semiótica. Los clásicos de Samuel Beckett, por ejemplo, lo expresan a través de estas preguntas e interrogantes, diálogos e imágenes que nos invitan a descifrar lo que hay detrás de los signos y de los símbolos , en vez de darlo todo masticado y digerido. Se puede señalar a este teatro como pesimista, aunque eso es relativo. Ya es cuestión nuestra cómo enfrentamos esa adversidad que nos propone o cómo pensamos en ella.

¿Qué tanto de absurdo han tenido las obras de Teatro Arawa, el grupo que usted dirige?

Los hemos usado más indirectamente, jugando un poco con las estructuras narrativas o con lo que tiene que ver con la ucronía, el regresar a la historia o al que hubiera sido si... Tampoco estamos para dar respuestas, creo que el teatro debe manejar siempre preguntas. Porque si no se vuelve aleccionador. La idea es plantear un problema para que el público tome una posición ante ello, se cuestione y reflexione. La intención política viene desde hace muchos años en el grupo, pero nunca hemos querido caer en el panfleto. No queremos utilizar el arte como propaganda política, tampoco.

¿Cómo se relaciona el absurdo con el humor?

Hay una clase de comicidad que apela a lo disparatado para provocar risa. Pero lo ideal sería burlarnos del poder y burlarse de uno mismo, no del igual, no del otro, porque creo que a veces se malentiende al decir ‘yo hago comedia’, pero burlándome del otro. En el teatro callejero vemos mucho como el humor surge de la mofa casi siempre fácil y discriminatoria al propio compañero, y al conciudadano.

¿En el arte el absurdo es una forma de señalar las incongruencias propias de la realidad?

Desde luego. Hay una obra de teatro sobre la guerra Ecuador-Perú del 41, titulada ‘S más S igual 41’, que montó en el década del 40 el grupo Ollantay de Quito. Tenía que ver con el absurdo de la guerra, con enseñarnos desde niños a decirnos a nosotros mismos que el peruano es el malo; entiendo que allá también decían: ‘el ecuatoriano es el malo’. Era en realidad una guerra de intereses. La una S era de la petrolera estadounidense Standard Oil, y la otra S de la Shell anglo-holandesa; la una S de Superman y la otra de Sherlock Holmes, una comedia en la que mediante el juego te iban contando la historia. Y se ponía al descubierto cuál fue la verdadera causa de la guerra del 41, era una guerra petrolera donde perdió una empresa y ganó la otra, en esa época ganó la Standard Oil, que había perdido en cambio en la Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia.

¿El absurdo es además una postura de escepticismo ante la realidad?

Sí, volvemos al inicio, por qué esta vida, qué propósito tiene. El arte juega un papel importante con sus planteamientos, como decía no tanto para darnos respuestas sino para hacer las preguntas pertinentes, animar al desarrollo de un pensamiento crítico. La idea es ofrecer una base mínima para ver la sociedad con un pensamiento crítico, no aceptándolo todo pasivamente.

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