El siglo XIX vio nacer y morir a dos hombres, de una misma familia, que lo único que querían era componer. Su música marcó el compás de los más prestigiosos salones europeos. Sus valses fueron bailados por la aristocracia del momento. Y ellos, sin arrogancia, lo único que querían era sacar al vals de la taberna y llevarlo al puesto que tenía en su momento el minuet. Es la obra de Johann Strauss, padre e hijo.