Era el santo de la sanidad. A San Blas se lo invocaba cuando alguien enfermaba y requería una cura milagrosa. Fue el cuidador de la parroquia que heredó su nombre y que por los años 40 fue la puerta de ingreso a Quito. Pero el esmog, la venta de licor y la delincuencia anclaron al caserío a un rincón sombrío de la ciudad.
El hombre es un ser social por naturaleza pero, al mismo tiempo, es individualista, alguien que valora su privacidad como algo que no tiene concesiones.