La campaña electoral ha entrado en su recta final. Cuando ella comenzó supusimos que en este periodo se abordaría, desde la amplia gama política, sobre temas y categorías que se han esgrimido, hasta ahora, a manera de eslóganes y que por su importancia deberían ser esclarecidas, tanto más que la historia de las ideas reclama un comportamiento en tal sentido y habida cuenta que nuestro pueblo no puede ser pensado tan solo a la hora de llevarle a las urnas.
Habría sido de gran importancia conocer qué entienden por el buen vivir aquellos que presentan tal tesis como innovación epistemológica del siglo XXI, cuando tal argumento al interior del Concilio Vaticano II procuró, desde esta concepción, una alternativa a los conflictos sociales a manera de respuesta a la confrontación mundial bipolar del siglo pasado.
Qué importante, también, hubiera sido conocer respecto de las categorías de lo que han llamado revolución ciudadana en una sociedad a la cual, mediante la propaganda mediática, se la ha convencido que la obra pública -la construcción de carreteras, de edificios y de aeropuertos- determina el carácter de una ideología.
Y qué trascendente hubiese sido que los que bautizaron a los partidos y movimientos políticos con denominaciones pueriles y sin sentido -en vez de identificarlos por las ideas que defienden- hubieran aprovechado de los espacios propagandísticos, que los paga el pueblo ecuatoriano, para que nos dijeran los contenidos doctrinarios de sus propuestas, más allá de la repetición de frases desgastadas, de los ofrecimientos, a veces irresponsables, que se dicen en el baratillo de estos días y a veces en las cadenas nacionales.
El drama de la abulia ideológica parece haberse institucionalizado. Lamentable que el proceso electoral no haya servido para esclarecer ideas, doctrinas y principios. Incomprensible que el Consejo Nacional Electoral que está, adicionalmente, obligado a responder por el debate -para cuyo efecto se dotaron de un instituto de capacitación política que hasta hoy no cumple función alguna- se halle preocupado de la tarea exclusiva de cuenta-votos construyendo en el imaginario social una democracia ausente de participación social; y qué penoso que muchos de los candidatos nos hayan llevado exclusivamente por los caminos del electoralismo para no descubrir los conflictos de la sociedad ni las formas diversas para enfrentarlos.
¿La democracia vuelve a quedar en deuda con el electorado? O ¿están en mora quienes confundieron le campaña con el aprovechamiento de toda forma del poder y la utilización del marketing para represar las ideas y el pensamiento crítico? Todo a costa de un presupuesto millonario respecto del cual alguien tendrá que dar cuentas.