Peppa Pig es una encantadora cerdita, un personaje de dibujos animados que bien podría ser la versión porcina de Dora Maar (la musa de Picasso). También es un ejemplo de cómo la industria del cine se beneficia de la globalización.
El personaje, creado en Inglaterra, ya era exitoso en Occidente y sus creadores supieron aprovechar este mundo globalizado, encontraron los socios ideales y convirtieron a ese ídolo de preescolares en un hit en la China, el mayor mercado de cine del mundo.
El 5 de febrero empezó el Año del Cerdo y ese día se estrenó la película “¿Qué es Peppa?”, que a su vez había sido precedida por un corto en que se resume la historia de un abuelo de la zona rural que quiere conseguir una “Peppa” para su nieto de la ciudad. La historia presenta, con dulzura, las enormes diferencias culturales y económicas que hay entre las ciudades y el campo chinos.
La brillante idea de sacar una película dulce, sobre una cerdita, en el primer día del año del cerdo y en la China, debe haber significado un gran negocio para los ingleses y para su socios locales. Y esto debería llevarnos a ver las grandes oportunidades que puede haber para industrias como el cine en el mundo globalizado.
Y de un salto interoceánico pasamos de la China, al Ecuador, donde se ha debatido si se debe o no seguir protegiendo a los productores audiovisuales del país, protección que hubieran perdido si la Asamblea aceptaba el veto presidencial a la Ley de Comunicación (finalmente la rechazaron el jueves y la protección se mantuvo).
Esa “protección” se refiere a seguir prohibiendo que pasen en el cine, la televisión y la radio ecuatorianas piezas publicitarias hechas en el extranjero. Hoy están totalmente prohibidas y el Presidente propuso desaparecer toda prohibición. Y no había ninguna opción intermedia.
Mientras que la libertad de comercio es un elemento central para el desarrollo de un país, el libre comercio en productos culturales es algo más complejo, porque ese tipo de industrias está conectado con la identidad misma del país. Por eso, hasta la Unión Europea, un adalid del libre mercado, acepta restricciones a la libre importación de esos bienes.
Obviamente una prohibición tan absoluta como la de la ley actual (herencia del mundo “todo o nada” del gobierno de Correa), parece muy extrema, al igual que parece extrema la absoluta permisividad que proponía el veto.
Hubiera sido ideal que las partes (cineastas, productores, radios, canales de TV, cines, etc) lleguen a un compromiso para proponer un porcentaje de producción local, una “cuota de pantalla” o cualquier otro mecanismo que le dé oxígeno a la producción local, sin llegar a darle un monopolio. Desgraciadamente, todavía no aprendemos a hacer compromisos.