No sólo las fechas patrias se nos decoloran en el contexto relativista de hoy. También los grandes fastos que cambiaron la historia del mundo vienen decayendo. Tal lo que sucede con el 14 de Julio, cuyo valor simbólico no merece arrumbarse. Y menos en los tiempos que corren, donde se ha puesto de moda disolver las obras y las luchas de los grandes espíritus que inauguraron tiempos nuevos, en relatos sociológicos o económicos, donde los protagonistas parecen marionetas explicadas por las circunstancias en vez de surgir como hombres de carne y hueso, capaces de abrazar un ideal hasta entregar la vida por él, irguiéndose en modelos de pensamiento y acción.
A dos meses y medio de abiertos los Estados Generales que había convocado Luis XVI, tras el fracaso de las tímidas reformas liberales encaradas por Turgot y Necker, el pueblo de París invadió y demolió la prisión que era el símbolo mismo del despotismo, la arbitrariedad y la intolerancia. A tal punto, que el valor épico de la toma de la Bastilla sella al 14 de Julio como fiesta insigne de la libertad en Francia y en la humanidad toda, porque lo que ocurrió en aquel verano de 1789 fue mucho más que el arrasamiento de unas paredes liberticidas: fue la consagración de una larga evolución filosófica de la libertad.
Descartes y Pascal habían fort alecido la inquietud del espíritu francés, proveyeron múltiples herramientas: el primero era matemático y racionalista al punto de haber fijado como primera evidencia el clásico “pienso, por tanto existo”; el segundo era escritor, investigador en física hoy en su honor la presión atmosférica se mide en hectopascales y buceando el alma como psicólogo y místico, descubrió para siempre que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”.
Esa es la inquietud del siglo XVII, signado por hombres que pensaban a fondo. Y de allí surge tras la ironía de las Cartas Persas la afirmación de “El espíritu de las leyes”, obra de Montesquieu que es cardinal para entender toda República y garantizar la libertad. Y en medio de esa efervescencia brota la batalla por la tolerancia y contra el fanatismo que Voltaire libra desde su refugio suizo hasta que en 1776 lo recibe París en triunfo. Y surge la ensoñación de Rousseau. Y se construye la Enciclopedia 1750, expresión de la Ilustración que estremecerá a Kant y que llama a un amor universal por el conocimiento y una sagrada fe en la libertad crítica de la persona.
Todo eso simbolizó la caída de la Bastilla, que en un santiamén saltó de las calles al Derecho. El 4 de agosto la Asamblea Constituyente suprime las corporaciones feudales y el 26 de agosto aprueba la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, consagrando garantías de base natural muchas veces violadas y escarnecidas pero nunca superadas como ideales de vida y como costumbres de respeto .