“Rico, solo de mis dudas”
Bella expresión que resulta, traducida, casi tan eufónica como la que pronunció Camus en 1957, cuando recibió, agradecido y sorprendido, el premio Nobel.
El escritor argelino, ‘pied noir’ respetado por su pensamiento imprescindible, había comprendido que su única riqueza era dudar. ¡Qué lejos de los que pretendemos tener alguna verdad, y la esgrimimos como absoluta!
Rico gracias a sus dudas…, pero hubo un desafío exigente de juventud, de cuyo vigor exterior e interior no dudó nunca: el de las dos jóvenes tardes semanales dedicadas al fútbol, juego limpio aún entonces, entre los alumnos del liceo de Argel, en unidad; lucha de quien juega, (que todos jugamos) contra la vigencia del azar, para aprovechar el golpe de fortuna o dejar caer el que puede dañar. El placer y el azar de contar con los otros, razas y colores distintos, para llegar juntos a la meta. Gracias al fútbol, supo que ningún partido puede darse por ganado o perdido, mientras no se haya jugado hasta el fin. Que aun en las dificultades, hay una posibilidad de esperanza, y que ganar no es el máximo objetivo del juego, sino jugar: esforzarse hasta el límite, ceder, buscar la convergencia, respetar la lucha del contrario. Al hacer un balance de cuanto le había formado en su vida y le había llevado a ser uno de los pensadores más lúcidos de Francia en los años cincuenta, Camus manifiesta que todo lo que aprendió sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol. El deporte le enseñó a preservar una imagen digna de su juventud; le exigió disciplina, fuerza, astucia y lucha; dominio del poder personal, del método, del impulso y la gracia, aunque su pobreza le impidiera jugar a plenitud: para no dañar demasiado pronto sus zapatos, eligió ser arquero; y tuvo que dejar el fútbol, a causa de la tuberculosis. Su niñez y juventud fueron pobres y azarosas, pero llenas de la luz solar y el azul del agua mediterránea que tanto amó: tuvo maestros que lo comprendieron, le incitaron y lograron que diera todo de sí en el gran partido de la vida, el que le permitió ejercitarse en la escritura concebida para todos, hasta ganar en el pensamiento humano un lugar privilegiado por su ética singular, su entrega a la causa de la resistencia francesa, su profunda intuición de la política que, posteriormente, le separó de Sartre y de todos los extremismos, e hizo de él, el ser humano profundo, instruido y noble, a causa de su capacidad de ejercitarse, de dudar.
Amaba el juego que unía a seres de todas las razas, aprendió en él que la derrota puede enseñar más que el gozo de la victoria.
En este mundial totalizador, ¿es el fútbol camusiano un lejano e inalcanzable espejismo en medio del oprobio del dominio monetario, del que un día dijo Boschensky que era el ‘peor invento del ser humano’?”