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“Con mi nombre se quiere hacer el bien y el mal”, escribió Bolívar, y muchos lo invocan como pretexto de “sus disparates”. No es raro que, en estos tiempos de confusión y oportunismo, se use el calificativo de “bolivariano” para hablar del régimen que detenta el poder en Venezuela, o de sus ideas y métodos para extender su revolución en el continente.
Esta manipulada tendencia nace con la pretensión de Hugo Chávez de emular a Bolívar, proclamarse su sucesor y prometerle a Venezuela una segunda independencia. Lamentablemente, ha tomado cuerpo tan abusiva y absurda referencia a Bolívar cuando se habla del despotismo que impera en Caracas.
El Libertador recibió esmerada educación con doctrinas de libertad -Locke, Rousseau, Miranda, Dalembert, Montesquieu- y admiró a la Revolución Francesa que exaltó los derechos del hombre y del ciudadano. Dedicó su vida, después del juramento del Monte Aventino, a la lucha por la libertad de los pueblos americanos. Nunca persiguió el poder para otro fin que no fuera sentar los fundamentos de un continente libre. Condenó todo intento de perpetuación.
Marx fue uno de sus más implacables críticos. La historia tiene registrada la forma en que denigraba al Libertador acusándole de haber representado y actuado en defensa de la clase dominante, de haber sido cobarde, traidor, amigo del boato y de los homenajes, incapaz de obtener éxitos militares, ya que estos -aseveró Marx- se debieron a la ayuda eficaz de los oficiales británicos. Añadió que el Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado en 1826 por Bolívar, tuvo el propósito oculto de crear un imperio federal americano sujeto a su dictadura. Sucre tampoco se libró de los infundados agravios de Marx.
Falsificando la realidad e irrogando ofensa al héroe latinoamericano, Chávez y Maduro resolvieron reescribir la historia. Violaron el sepulcro de Bolívar y, haciendo tramposa referencia a nuevos métodos de identificación de restos mortales, le dieron una identidad física distinta a la de todos sus históricos retratos y, lo que es peor, le presentaron como inspirador del socialismo del siglo XXI y como símbolo de la revolución por ellos concebida.
Todo lo anterior podría no sorprender, por provenir de revolucionarios calculadores, resueltos a usufructuar del prestigio de Bolívar. Pero de allí hasta calificar de “bolivariana” a la ideología de Chávez y Maduro, de “bolivariana” a su revolución y de “bolivarianas” a las milicias chavistas, hay una distancia que la razón debe negarse a recorrer. Es hora de que rechacemos unir el nombre de Bolívar al sistema político que avergüenza a Venezuela y tiene hundido a su pueblo, auténticamente bolivariano, en una crisis humanitaria sin precedentes, sujeto a la ominosa dictadura de la revolución chavista, madurista o marxista, pero no “bolivariana”.