Paisaje: Desde el aire en días de cielos azules y soles de fuego, Quito es un paraíso de verdor, una Venus de Milo, una promesa escondida. A Quito le falta un Océano para estar a la altura de Río de Janeiro. Y a Río le faltan los Andes para estar a la altura de Quito. El Pichincha, nuestra montaña mágica, es una austera muralla. A Río le falta eternidad. A Quito, le falta, de urgencia, un gran carnaval. A Quito le falta alegría, le sobra aguardiente.
Quebradas: Bajan del Rucu Pichincha, del Padre Encantado, del Guagua Pichincha, del Cerro Unguy y del Atacazo ciento ochenta y dos quebradas, treinta y tres de ellas remojan y bañan la zona urbana de Quito. Muchas se han cerrado. A otras, las han convertido en flojas calles tristes. Algunas son basurales; bastantes, un verdor siniestro de ataques, de miedo, de “Y yo me la llevé al río pensando que era mozuela”. Y saber que en ellas hay microclimas, hay flora, hay fauna, hay ojos de agua. Oasis serían si no hubiese habido tanta ignorancia y pobreza. Oxigenados los ríos Machángara, Monjas, San Pedro, Quito tendría treinta y ocho kilómetros de parques lineales, y se extasiaría en “Corrientes aguas, puras, cristalinas, / árboles que os estáis mirando en ellas, / verde prado de fresca sombra lleno, / aves que aquí sembráis vuestras querellas.” (Garcilaso de la Vega, Égloga Primera). Naturaleza os aplaude, vitales señores Vallejo Andrés, Paco Moncayo, Neira Juan y Augusto Barrera, porque iniciasteis la obra de salvar tanta hermosura.
¡Ay!, muchas bellas fuentes de Quito se han muerto. Las aves, los viejos, los novios refrescaban en ellas sus plumas, nostalgias y amores. Un Quito sin fuentes es un Quito seco. Las hay pocas y hermosas. Las hay que dan pena y la de Isabel y Fernando nos causa sonrojo: figuras enanas para dos gigantes. El Quito de Rodrigo Paz se refrescó de fuentes variadas de luz y color; pero hay mala gente que todo destruye.
Lo propio acaece con nuestros jardines y parques. El del general San Martín a caballo es tan solo para ser visto. Quien en él pasearse quisiera, de seguro muere aplastado por las cuatro ruedas de bárbaros fieros. Fernando Najas de estirpe libanesa cuida el parque Gabriela Mistral, de la Mariscal. Algún feroz animal se comió la estatua de la autora de La Maestra era pura. “los suaves hortelanos” / decía “de este predio, que es predio de Jesús, / han de conservar puros los ojos y las manos, / guardar claros sus óleos, para dar clara luz”.
–¿Qué hacer, Quito querido? –Volver a enseñar a los niños la ciencia del Lugar Natal. Que conozcan y amen el sitio donde han nacido y viven, que maestros/maestras los lleven a la ciudad para conocerla y para amarla, para que sepan dónde cruzar la calle, a caminar por la derecha y a quererla como a su mamá”. No seamos ratas. Seamos quiteños. Y si nos comemos los unos a otros, que haya siquiera un algo de la sal quiteña. Los barrios con mingas son de lo mejor.