Una de las constantes que se observa con preocupación en los países que carecen de instituciones fuertes, es cómo sus gobernantes y autoridades usan el poder para su beneficio personal y el de sus allegados, con total impunidad. Se puede mirar esta práctica en la potencia asiática emergente donde a su ex conductor político se le atribuye una fortuna de miles de millones de dólares. Igual en varios países árabes, de todos los signos políticos, en que las riquezas de quienes han usufructuado por décadas el poder, son inconmensurables. América Latina no ha estado inmune. Dictadorzuelos de antaño, autócratas actuales, gobernantes que han accedido por el voto popular se han encargado de saquear al erario público en desmedro de los más pobres. Se pasean en forma impúdica exhibiendo sus nuevas inexplicadas riquezas. Bolsos de marca, carros de lujo, caprichos infinitos, son las pertenencias de una “boliburguesía” que ha nacido al amparo de una revolución bolivariana que lanza monedas a los pobres pero cuyos administradores ensanchan sus chequeras. Lo insólito es que los que antes criticaban los excesos de los gobernantes burgueses, ahora acomodados en el poder, callan impúdicamente el enriquecimiento de los que se autocalifican “revolucionarios”.
Esta lacra hay que eliminarla, se necesita una verdadera cruzada ética. Volver a insistir en las aulas que lo mal habido es execrable: Que el que se llena los bolsillos con lo que no le pertenece merece el repudio público, no la exaltación a los altares de los “vivos”. Los niños y jóvenes deben comprender que si dedican su vida al servicio público no van a ser hombres de fortuna. Tienen que definir su vocación y conocer que, en muchos casos, tendrán una vida en la que si bien podrán satisfacer sus necesidades, no acumularán riquezas. Si se convierten en diplomáticos, militares, docentes deben saber que no alcanzarán a adquisiciones lujosas o estrafalarias. Eso no les impedirá triunfar. En muchos casos serán más cultos, más humanos y solidarios que cualquier otro que haya podido acumular dinero. El Estado debe brindar servicios de calidad para que quien vive solo de su salario pueda educar a sus hijos con el mismo nivel de los que van a colegios particulares. Esos jóvenes deben tener la certeza que gozarán de las mismas oportunidades, con el convencimiento que, si son los mejores, podrán escalar en las estructuras públicas de acuerdo con sus méritos.
Hay que robustecer una justicia independiente que cuando detecte abuso con fondos públicos actúe sin miramientos. No cabe ser indolentes ante tanta impunidad. Es frustrante constatar que los corruptos eligen lugares del mundo desarrollado para disfrutar del producto de sus fechorías. Hace falta más colaboración internacional para no permitir la presencia en sus territorios de tantos sátrapas que se pasean campantes.