Cuando en la vida pública, los políticos se esmeran en reducir la vida política a una idea de complot, de los malos que les impiden hacer lo que ellos quieren y aparentemente quisieran destruirles o todo boicotear, se degrada la política. Desconocen el elemental derecho y espacio del conflicto y divergencia en sociedad. Todo se vuelve primario.
La polarización política que entonces se incrementa vuelve enemigo al contrincante político, no es uno diferente, es un ser a terminar. Se tiende a reducir la política a una simple trama cuya meta es ganar a toda costa y convencerse que se tiene razón. La competencia política se vacía de políticas, priman las condenas al otro o las descalificaciones que eliminan el debate sobre las ideas del otro. Los medios para ello pueden ser o no legítimos o legales que no importa, gana esa primaria visión de demostrar que el otro no tiene razón ni es aceptable.
Venezuela con Maduro es un excelente ejemplo de esta situación en que la política llega al grado cero. Ante problemas reales, sociales, económicos o políticos, como la carestía de productos básicos, él invoca el complot de sectores pudientes, de oponentes políticos o de fuerzas extranjeras. Devalúa así a la izquierda que resulta incapaz de asumir y enfrentar los problemas.
Maduro se muestra desprovisto de ideas para la situación y el puesto, y prefiere invocar a sus dioses protectores y paraísos ilusorios robados por los contrincantes, por ello se centra en la idea del complot.
¿Cómo entonces Capriles podría tener derechos si no es un contendor, competidor, sino un enemigo? Caricaturiza así a la democracia, para invocarla en cambio a su favor. Le resulta inadmisible que Santos converse con Capriles; es tolerancia cero, el pluralismo pierde espacio. Sin más, amenaza con retirar el apoyo de Venezuela a las negociaciones de paz de Colombia. Todo vale para hacer fuego con el “enemigo”, cuando el proceso de paz debería ser una cuestión de principios y objetivo de Estado en la región.
La idea de complot tiene su dinámica, empieza por la idea que hay enemigos dispuestos a todo, uno se convierte entonces en el opuesto que ve la trama de la maldad en todo, para luego convertir en enemigo al que es y no es; se pierde la razón y el sentido de su lugar y límites en la sociedad. Ante el simple atisbo del complot, se obsesiona en transformarse en héroe, imponer su visión sin miramiento de los medios, se enceguece la razón y es uno mismo el perdedor primero, pues hasta el decoro mínimo se le volatiliza a uno al dejarse ganar por la pasión de darse razón aunque fuese de papel.
Así se devaluó en el pasado la izquierda en el poder, su proyecto e idea de cambio, haciendo que la política llegue al grado cero, precisamente en el inverso del ideal que la izquierda buscó. Tener el poder sin los medios de razón para ejercerlo devalúa al gobernante y a los gobernados, aún más a la izquierda.