Lolo Echeverría
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De los siete pecados capitales que enseña la Iglesia Católica, el más difícil de concebir es la gula. Se entiende que es el apetito desordenado por comer y beber, pero tiene diversos grados que van desde el glotón, aquel que expresa ostentosamente el gusto por la comida y lo ingiere con avidez, hasta el refinado sibarita que cultiva el hedonismo, es decir, que considera que el placer es lo único bueno en la vida.
Si nos atenemos a la distinción aristotélica entre vicios y virtudes; en los hábitos alimenticios la virtud estaría en la sobriedad que es el término medio entre la frugalidad y la gula. Si el hambre y el placer son estímulos para tomar el alimento necesario para vivir, parece imposible comer más allá de lo necesario para satisfacer el hambre. Como todos los placeres, el exceso provoca dolor.
Engullir alimentos, sin hambre ni placer, se tornaría un tormento. Sin embargo, los gobernantes romanos, amantes de los banquetes, mandaron a construir vomitaderos para que sus invitados pudiesen regurgitar los alimentos y continuar en los repugnantes festines. Es el único caso que permite concebir el pecado de gula.
Tan extraño como la inclusión de la gula me ha parecido incomprensible que el abuso del poder no estuviese entre los pecados capitales. Se busca el poder por diversas razones, algunos creen que es una necesidad innata, otros que se trata de una adicción o un vicio y hay quienes sostienen que se trata de una neurosis. Como sea, es difícil evitar la tentación del poder y con frecuencia resultan más autoritarios los que están en posiciones secundarias de poder y no los que están en la cima.
En alguna ocasión un periodista, deseoso de hacer una entrevista diferente a un líder político, consultó con un asesor las preguntas que pudiera formularle. El consejero le dijo que el objetivo de una entrevista es conocer al personaje y para ello conviene saber qué ama, qué teme, qué odia… La primera pregunta que le formuló fue si le provocaba miedo el ejercicio del poder considerando que cada decisión suya tendría beneficiarios y también víctimas. En la segunda pregunta le pedía que caracterice a sus enemigos. A la tercera pregunta el político estalló y dijo que no aceptaría más preguntas, que la entrevista no era para eso.
El político como persona es igual a cualquier transeúnte, tiene habilidades y debilidades; como personaje es impoluto; dice la psicóloga Karen Horney, que la imagen idealizada de sí mismo le lleva a creer que esta imagen es real, pierde el contacto con su yo real y usa el yo idealizado como parámetro para valorarse a sí mismo.
Los teólogos que han actualizado las ideas sobre el pecado, señalan que la gula tiene que ver con el apetito desordenado por comer y beber, mientras hay personas que pasan dificultades para alcanzar lo indispensable para vivir. La gula sería un pecado social.