Pocas veces una muerte nos deja una lección tan grande en términos sociales. Ese es el caso de la partida de Manuel Chiriboga Vega apenas esta semana. Y la reflexión va en tres sentidos importantes que pretenden ser como siempre fue Manuel, de un optimismo empedernido.
La primera de ellas y la más importante es que este país sí tiene capacidad de acuerdos. Las últimas semanas de Manuel estuvieron llenas de sentidos homenajes y reconocimientos provenientes de todos los rincones del país, y de todas las aristas ideológicas posibles. Sus compañeros de lucha campesina y obrera de más de 30 años, como también miembros del Gobierno e incluso una justa reseña en El Telégrafo, algo difícilmente esperado; sus compañeros de toda la vida de investigación rural, así como sus excompañeros del TLC. Y eso me recordó cómo nos hicimos amigos, en medio de la indignación por la poca solidaridad de la izquierda a un gran intelectual, cuando escribí “La soledad de Manuel” unos meses después de asumir la negociación con EE.UU. Bien podría escribirse ahora “La multitud con Manuel”. Es decir, por esta vez hemos sido capaces de reconocer al otro y de superar el sectarismo y la polarización, y eso hace bien al país.
La segunda lección proviene de la primera. La capacidad de entendernos, aceptarnos en la diferencia y de reconstruir el tejido social y la participación fueron sus preocupaciones en el último año y medio. A propósito de los temas de su columna, me escribió una pequeña reflexión: “Me imagino que a lo largo de estos años hemos aprendido a ser liberales en términos de los derechos de las personas, de autonomía para decidir internamente lo que uno considera adecuado, sin que el Estado se meta en ello, la necesidad de un Estado redistribuidor de oportunidades y de capacidades de los individuos, con la idea de nivelar la cancha de juego, sin que pesen determinantes estructurales e históricos, la importancia de un adecuado equilibrio entre Estado y Mercado, en que uno impulsa y ajusta al segundo, la importancia de la participación, responsabilidad y rendición de cuentas y en una comprensión de la necesidad de pesos y contrapesos en la política”. En síntesis, es el momento de repensar la política desde la sociedad.
La tercera y final reflexión tiene que ver con la reconfiguración de la izquierda ecuatoriana. Y sí, digo izquierda no izquierdas. Si ha sido posible encontrar un mínimo denominador común en Manuel entre perspectivas distintas y, si nos proponemos tomar una bocanada de aire con la realidad –como Manuel lo hizo- para reconfigurar también prioridades y principios, programas y propuestas que piensen de nuevo desde el individuo y la sociedad y no solo desde el poder y el Estado, su paso por este mundo se volverá una inspiración para el cambio y no habrá sido en vano. ¡Hasta pronto Manuel!