Diciembre, olor a mango, diablillo quemado y ciprés. Siempre diciembre fue un mes complicado, contradictorio, sufrido y alegre, triste y eufórico. Cúmulo de sentimientos y sensaciones cruzadas. Mes que con los años derivó en consumismo extremo y pena creciente ante la mirada mustia de unos niños que nunca alcanzarían la alegría y los regalos de otros. Al pasar los años y dejar la niñez, las ansias por los regalos se transformaron en necesidad de compartir en paz y en familia, de dejar por un momento, los problemas a un lado, de arrumar los resentimientos, de encontrar cobijo y buscar en el hogar la esperanza para el año venidero.
Diciembre era un mes de excesos, celebraciones, comidas, y desbordante licor. Los quiteños pasaban chumados todo el mes: las fiestas de la ciudad, las decenas de almuerzos y cenas navideñas, la quema del año viejo, el conteo de los últimos segundos del año en radio Tarqui, y el discurso trepidante del maestro Juanito. Y, para remate, baile del 1 de enero hasta las 5 de la mañana.
Este diciembre, aquí y en todo el mundo, será distinto. Menos alegre y eufórico. Bajará el número y la intensidad de las reuniones sociales, aunque algunos seguirán desafiando al mortal virus, arriesgando con su irresponsabilidad su vida o la de algún familiar.
En este diciembre la tristeza será más honda que cualquier diciembre pasado. Hoy muchas más familias, cargando a cuestas la baja de su salario, la quiebra del negocio, el desempleo, no tendrán para regalos, cenas ni licores y más bien, cargando el luto y el dolor a cuestas, por la partida definitiva de algún amigo o familiar cercano, que se fue por la pandemia o el suicidio, tendrán un deseo infinito de quemar este año maldito.
Quemar las malas decisiones de los gobernantes, a los políticos insensibles, a los grupos de poder que siempre caen parados, a los corruptos que incluso hicieron negocio con la muerte y el sufrimiento de los enfermos y de sus familias.
Pero todos saben que quemar no es suficiente, ya que muchos de los males están presentes desde hace rato y lo estarán por mucho: el virus, la ignorancia, el populismo, el individualismo extremo, la violencia, la novelería, el fundamentalismo y la irracional acumulación.
Sin embargo, a pesar de la situación adversa, se van viendo algunas luces al final del túnel. Está por llegar la vacuna, la economía podría mejorar, y las relaciones sociales tendrían más seguridad y oxígeno. Para ello hay que prepararse con energía positiva, ideas innovadoras, planes realistas y sobre todo voluntad colectiva.
Sí, saldremos más pronto de este duro momento, si nos unimos y tomamos juntos caminos y decisiones inteligentes. La primera, iniciando el año, será votar bien, para que los próximos conductores del Estado, respondan y reflejen el espíritu transformador, con sabor y olor a mango y esperanza, que demanda ser canalizado.