Pocos presidentes – y personajes a nivel mundial, históricos como contemporáneos – han aportado tanto a mi buen humor y ligereza de estado de espíritu como Trump. No es exageración.
Cuando ustedes tengan un día duro en el trabajo y necesiten desconectarse de los duros golpes de la rutina, les sugiero que se sienten en un sillón cómodo y vean la absurda cotidianidad de Trump.
Los americanos han hecho de ella una verdadera industria de la comedia (la más maravillosa que yo había visto en tiempos). Sintonicen las emisiones de “Closer Look” del comentarista Seth Meyers, los monólogos de Stephen Colbert, o los análisis cómicos de Samantha Bee; con una frecuencia diaria, infalible, ustedes tendrán una dosis de risotadas sobre la base de las chambonadas de Trump.
No hay película cómica, ni programa humorístico que se acerque – ni remotamente – al show de la política estadounidense actual. Comportamientos erráticos, declaraciones escandalosas y políticamente incorrectísimas, mentiras absurdas a mansalva, cambios de posturas de 180 grados de manera semanal, ataques vacíos pero violentos contra objetivos innecesarios, personajes exóticos; esa administración cumple con todos los elementos para ser – sin parangón – el mayor circo en la faz de la tierra. Piensen en Álvaro Noboa; así como EE.UU. es más grande y aventaja con diferencia el calibre del Ecuador, con la misma medida Trump y sus locuras exceden las de nuestro personaje local.
Desgraciadamente no solo es ridículo y divertido, las consecuencias de tener ese nivel de incompetencias y desvaríos en la dirección de la mayor potencia son nefastas y peligrosísimas. Esta semana no pude reír ni un poco, solo indignarme.
Trump acaba de romper el pacto nuclear con Irán.
Muy en línea con su personal estilo, el gobernante ofreció mentiras y medias verdades para descalificar el acuerdo. Por ejemplo, decía que se había renunciado a cualquier examen o análisis sobre las instalaciones nucleares, cosa que es cósmica e interestelarmente falso. Si algo, gracias al acuerdo, la comunidad internacional tiene, es el mayor acceso que jamás ha tenido a información, reconocimientos físicos e inspecciones de la infraestructura tecnológica iraní. Está claro que detrás de esta calamidad de Trump está el aparato belicista estadounidense. En especial, encarnado en la nefasta presencia de John Bolton, su asesor en seguridad. Este personaje, que militó tenazmente a favor de la guerra de Iraq, va durante años proclamando a necesidad de bombardear Irán.
Trump ha señalado que impondrá las mayores sanciones posibles y que afectarán al resto de naciones que colaboren con Irán. La comunidad internacional, empezando por nuestro país, no puede seguir el juego de esta locura.