Nunca he callado ante la injusticia, las ilegalidades, el abuso del poder, la represión, la corrupción, el engaño y la mentira. He creído siempre que la vida de un hombre se dignifica por la coherencia entre su pensamiento y sus actos, por la adhesión a sus convicciones, a sus valores y principios. Estoy convencido de que en una sociedad alienada y alienante, superficial y utilitaria, el éxito, entendido sólo como la acumulación de riquezas o como el triunfo sobre los demás y no sobre nuestras propias pasiones y debilidades, sobre nuestros odios, complejos y resentimientos, es insustancial y transitorio. Nunca he dudado de que el irrespeto a los otros, la vanidad y la prepotencia son deleznables. En la cárcel, que sufrí por mis ilusas luchas juveniles, comprendí que la libertad no es una concesión: es una conquista personal.
Hoy, como ayer y como siempre, no callaré. No callaré ante la permanente violación de la Constitución y las leyes y el caos jurídico que padecemos. No callaré ante el atropello a las instituciones, su sometimiento y manipulación. No callaré ante la concentración del poder y la consolidación de una dictadura camuflada. No callaré ante el incesante crecimiento del Estado, como instrumento de dominio y represión, en beneficio de la burocracia dorada y en perjuicio de los derechos de la sociedad civil y las libertades individuales. No callaré ante el desenfrenado e irresponsable gasto público destinado a prebendas y canonjías clientelares. No callaré ante la corrupción y la cínica ausencia de fiscalización. No callaré ante la impunidad. No callaré ante la abusiva utilización de bienes públicos para, por ejemplo, viajar a una ‘bonita reunión’ privada de dictadores y terminar cantando, con voz plañidera y emocionada, ‘El alma llanera’.
No callaré ante las insufribles chacotas sabatinas. No callaré ante los agravios e insultos (‘adjetivaciones’, dijo un conspicuo servidor) contra quienes critican y disienten. No callaré ante la violencia desatada desde el poder. No callaré ante la incapacidad para controlar la inseguridad ciudadana. No callaré ante la atosigante y agresiva propaganda orientada a adocenar las conciencias. No callaré ante la sumisión y el servilismo. No callaré ante ‘intelectuales’ incoherentes que hacen honor a su filotiranía, esa “irrefrenable propensión” a sugerir la implantación en la tierra de paraísos teóricos, “lo que los ha inducido a apoyar a los tiranos encargados” de convertirlos en “infiernos reales”. No callaré ante el impúdico chantaje judicial. No callaré ante la burda y grotesca invención de absurdos golpes de Estado y magnicidios, para imponer el miedo y justificar la represión. No callaré porque, como decía Octavio Paz, “hay libertad cada vez que hay un hombre libre, cada vez que un hombre se atreve a decir no al poder”. No callaré…