Hace 8 años, muchas organizaciones de la sociedad civil eran ágiles y vibrantes. Este fervor duró hasta el 2008. La Asamblea de Montecristi potenció su dinamismo que venía de años antes. Fue el momento de recoger ideas y llevarlas con alegría a Manabí. Sin embargo, desde inicios del 2007, se producía un desangre silencioso. Poco a poco varios “cuadros” de las organizaciones migraron hacia cargos públicos con mejores sueldos y poder. Más adelante, algunos de ellos sufrieron mutaciones. Unos se transformaron en burócratas dorados, otros en dogmáticos militantes de la nueva fe.
Banderas y algunos dirigentes de la “La sociedad civil” se trasladaron al Estado. Este cooptó a la sociedad que fue vaciada de pensamiento, ideas y personal. Estos líderes, ya en el poder, cambiaron de “chip”, pensaron que las organizaciones ya no eran necesarias porque el Estado (con ellos al frente) lideraba las viejas aspiraciones. Sin agenda, sin financiamiento y sin cuadros, muchas organizaciones iniciaron un serio declive. Varias desaparecieron. Las que quedaron en pie defendiendo su capacidad de pensar, proponer y criticar fueron atacadas, divididas y desfinanciadas. La cooperación internacional fue forzada a retirar su apoyo a las que todavía tenían iniciativas independientes de un Estado que aumentó su prepotencia y control concretado en el Decreto 16, que limita al máximo la capacidad de la sociedad de hacer y producir política.
Se profundizó la despolitización de la sociedad. Los abundantes recursos petroleros expandieron “programas sociales” y subsidios creando un amplia clientela política que alimentó las urnas y las plazas afirmando el proyecto mesiánico. En simultáneo, los sectores disidentes fueron divididos, disueltos o perseguidos. Se multiplicaron “felipillos” premiados con altos puestos o embajadas. Se judicializó y criminalizó la protesta en un marco de control de la justicia y restricción de la libertad de prensa. Creció la autocensura, el silencio y el miedo. Se fracturó el movimiento social. Florecieron organizaciones funcionales al poder. El movimiento docente y el estudiantil llegaron a niveles de debilidad extrema. El movimiento indígena, golpeado también, no bajó la guardia.
A los 8 años de este experimento de modernización capitalista autoritaria, la sociedad se ha vuelto más conservadora y consumista. Complaciente adhirió a una cultura de maltrato e intolerancia permanentes. La violencia aumentó en todos los espacios. Sin embargo, en estos últimos meses, parecería que la sociedad despierta del letargo. Crece la inconformidad, que se expresa no solo en las reuniones familiares y sociales, sino, y sobre todo, en las calles. Tal fenómeno coincide con la baja del precio del petróleo. A los 8 años, la historia podría dar un giro desde la sociedad.
Milton Luna Tamayo / mluna@elcomercio.org