Más que iras, el chiste machista del Presidente (en alusión a las faldas escasas de tela de sus coidearias y las bondades de las farras mixtas) me da pena. Y no por él, sino por el país, porque (hipersensibles dejar de leer ahora) de alguna manera tiene razón.
Antes de que me caigan, déjenme argumentar.
Que la calidad de una democracia mejora con la participación de todos los actores sociales es algo tan obvio como que hoy será miércoles todo el día. Es estéril entrar en esa discusión, igual que lo sería el intento de bucear en el inconsciente del gracioso Mandatario para encontrar las razones de por qué dijo lo que dijo.
Me late que, sin querer, el señor Correa nos cantó una verdad terrible: la famosa equidad de sexo, al menos en el ámbito de nuestra política partidista, no es más que un maquillaje para poner carita de democráticos; y así, con pinta de civilizados, pero comportándonos como piratas desalmados, seguimos tan campantes creyéndonos una república.
Hagamos un ejercicio rápido. Tomen una hoja y escriban en ella tres cosas que la diputada por la que votaron (y si no votaron por ninguna escojan a alguna ministra) haya hecho en estos cinco años para cambiar sustancialmente –para mejor– la manera en que se hace política en este país y/o para que tengamos una mejor calidad de democracia.
No sé a ustedes, pero a mí me está saliendo el ejercicio al revés: si pienso en la señora Calle, solo veo una mordaza; respecto a Betty Carrillo, cualquier comentario sobra después de su declaración: “las bombas de Irán son su cultura”; intento con María Paula y recuerdo su decisivo voto en blanco para que Tania Arias vaya al Consejo de la Judicatura… luego de haber argumentado larga y mediáticamente contra la metida de mano en la justicia.
Ya me fregué, no puedo parar: casi que veo, a través de su rubia cabellera, el complejo pensamiento de Scheznarda Fernández, resumido en la frase: “Quien nada hace, nada teme” (cuando salía oportunamente para no votar); qué decir del mucho ruido y las pocas nueces que caracterizan la actuación política de Cynthia Viteri, de la envidiable cintura de Silvia Salgado, de la niña Saruka, cuyo alterno (su padre) es quien negocia los temas importantes o de la inexplicablemente desaparecida Mercedes Villacrés, patriota a la que hubiésemos agradecido que asome en la crucial votación sobre el veto a los cambios al Código de la Democracia. Y me viene, como un mal sueño, la imagen de Elsa Bucaram… por eso ahí nomás quedemos, por mi bien.
Ya ven, nada importa que ahora haya más mujeres en la lid política. Nuestra democracia es igual de deficiente que siempre. Aquí no habrá equidad ni democracia ni buen vivir ni nada, mientras hombres y mujeres sigamos entendiendo el poder como prebenda, y nos los sigamos disputando a dentelladas.