En América Latina soplan vientos de cambio, necesarios con el tiempo, pero más se mide la necesidad de conseguir mayorías para imponer las cosas, sin reparar en el diálogo, los consensos, la tolerancia, el respeto a la disidencia y a la crítica ni la responsabilidad que deben conllevar las acciones a tomar.
Un sistema democrático funciona con mayorías y minorías pero en nombre de un mandato de los votos no se puede hacer lo que quiera. Se puede construir pero no destruir principios, en nombre de esas mayorías, que se edificaron con sacrificios y hasta costos sangrientos como ha sido el logro de las libertades y la defensa de los derechos humanos.
Con el respaldo de las mayorías se puede hacer muchas obras sociales positivas, como se debe reconocer que ha ocurrido, pero también acciones negativas. Tampoco puede ser un cheque en blanco para que mandatarios usen, a la espalda de principios, con el discurso del mandato de las mayorías, sin reparar en el daño que se pueda cometer.
La OEA, que no ha llenado los desafíos de los pueblos mandantes y ha estado de capa caída durante los últimos lustros, ha sido vapuleada por quienes hoy pretenden reformar lo poco valioso que queda como la Comisión Interamericana de los DD.HH.
Sus fallos han incomodado a países que estuvieron firmes en la defensa de aquellos principios (el caso de Brasil), pero como les señaló por sus actos, hoy hay que quitarle o reducirle el financiamiento y sus atribuciones. De hecho, la Comisión puede y debió haber cometido errores, pero una cosa es corregir aquello (y ese empeño de autorreforma está en marcha) y otra quitarle y reducirle atribuciones que de aprobarse terminarán afectando a principios y a la defensa de las libertades y los DD.HH.
Hay cambios que buscan algunos, en nombre de las mayorías, para volver a las mismas prácticas del pasado oprobioso que tanto han criticado. Lograr el silencio, poner fin a las supervisiones y controles cuando las libertades individuales están amenazadas, los DD.HH. afectados y la corrupción galopa en medio de discursos que hablan de honestidad. Con una cultura popular que no entiende a fondo la defensa de esos principios y que puede terminar hiriendo de muerte a la CIDH para saludar hoy y añorarla mañana.
La alerta se relaciona cuando se acerca la hora cero sobre el futuro de la Comisión Interamericana de los DD.HH. Su trabajo en defensa de las libertades y los derechos humanos puede deteriorarse, cambiarse y afectarse de no lograr la posición firme y sin rodeos de países fundamentales como Brasil, Chile, Perú, Colombia, entre otros. La carrera contra el tiempo ha empezado y la cuenta regresiva para una reunión previa en Guayaquil y luego la cita de la Asamblea de la OEA el 22 de marzo próximo. La responsabilidad está en juego en el sistema interamericano.