Los ecuatorianos tenemos tendencia al maniqueísmo, nos adherimos devotamente a algo o lo rechazamos por completo, no conocemos términos medios ni matices. El maniqueísmo proviene de Manes, un profeta persa del siglo primero y su doctrina según la cual, desde la eternidad existían dos principios antagónicos, el bien y el mal, la luz o las tinieblas.
En todo tenemos la tendencia a posicionarnos inamoviblemente en un extremo o en otro, como ocurre en el debate sobre el precio de los combustibles. En un extremo están los que no quieren saber nada de cambiar los precios de los combustibles y en el otro los que sugieren la eliminación de los subsidios y piden dejar que el mercado imponga los precios.
En el primer bando están los apóstoles de la izquierda, los populistas, los sindicalistas y los líderes de los trabajadores que mantienen su discurso eterno a favor de no cambiar nada, mantener inalterables y para siempre los subsidios a los combustibles y al gas de uso doméstico. Se oponen incluso al incremento de precios de la gasolina “super” que utilizan solo los vehículos de lujo. Sospechan que subir el precio de la gasolina “super” solo buscaba romper el dique de los subsidios. En este bando están también los camaroneros y pesqueros porque piensan que sin el subsidio perderían las utilidades.
En el segundo bando están los partidos de derecha, los empresarios, el gobierno y los economistas liberales que sostienen que todos deben pagar los precios reales de los combustibles y que la eliminación de los subsidios es el camino más corto para reducir el gasto estatal. Creen que eliminar el subsidio de la gasolina “super” y aplazar la decisión sobre los otros subsidios, significa que los economistas del gobierno se acobardaron o que los políticos les pusieron un límite.
Si no fuéramos tan maniqueos, tan extremistas, aceptaríamos que no es posible eliminar todos los subsidios ni mantener todos los subsidios, pero que hay un término medio entre los dos extremos que se llama focalización. Consiste en mantener los precios artificiales solo para los más pobres o para evitar que suba el transporte y que los especuladores suban los precios de todo con el pretexto del incremento de fletes.
El problema de la focalización es que requiere estudios, que no se puede hablar de memoria. Si el gobierno tuviera cifras exactas de las ganancias que obtienen los transportistas o los exportadores de camarón y los pesqueros, podría probar que no necesitan vivir a costa del Estado.
Si el gobierno nos hablara con números y no con parábolas como la de la mesa servida, podría presentarnos la lista de las deudas que dejó la revolución ciudadana, y la lista de todos los subsidios y cómo se distribuyen, veríamos que el Estado está actuando como organización de beneficencia para los más ricos. Quedaría al descubierto qué se defiende y a quién con la protesta.