Trabajé con él hace mucho tiempo. Era jefe de una revista donde estuve por algunos meses.
El proyecto fracasó, pero la experiencia fue importante para conocer a Jorge Ortiz.
En aquel tiempo, era un periodista respetado por los jóvenes que empezábamos en el oficio.
Fue uno de los columnistas más valientes del Diario Hoy cuando este periódico asumió la bandera de oposición al régimen de Febres Cordero y la izquierda aplaudía a la prensa crítica del poder.
Ortiz escribía una columna titulada Cajón de Sastre, y en ella ironizaba, criticaba y golpeaba duramente a ese Gobierno.
Había llegado a Diario Hoy luego de salir de una empresa donde, según él, tuvo que renunciar por presiones de Febres Cordero.
Ese fue el Jorge Ortiz que conocí: implacable en sus entrevistas y artículos, pero relajado y sereno cuando conversaba y compartía las horas de trabajo.
Hacía chistes, contaba anécdotas curiosas y mantenía conversaciones interesantes sobre política, literatura e historia universal, casi como un erudito.
Escuchándolo, leyéndolo, compartiendo con él las labores diarias en la revista se podía llegar a una conclusión: ideológicamente era de derecha o liberal, sin que eso le restara sus cualidades humanas y profesionales.
Pero encasillarlo políticamente podía ser inexacto, porque, si era así, ¿cómo se explicaba la persecución y el odio que sufrió por parte de Febres Cordero?
Luego, en Ecuavisa, como entrevistador, mantuvo su actitud cuestionadora. No se conformaba con cualquier respuesta.
Ya no estaba Febres Cordero en Carondelet, pero en el país se sentía el enorme poder de este, vinculado a grupos bancarios.
Ortiz estuvo en Ecuavisa desde 1991 hasta 1999 y salió, según cuenta, por presión de esos banqueros que luego terminaron en la cárcel o en el exilio.
Dos años después reapareció en Teleamazonas. Decenas de funcionarios pasaron por sus crudos interrogatorios, fuera cual fuera el Gobierno (Noboa Bejarano, Gutiérrez, Palacio…).
Pero llegó al poder Rafael Correa y las cosas fueron distintas. Correa declaró a la prensa “su enemigo principal”.
Y Ortiz, quizás sin percatarse del cambio de época, cayó en la trampa del poder, que lo empujó a extremar sus posiciones para convertirlo en vocero de la oposición y descalificarlo.
A eso se sumó el estigma de que Teleamazonas pertenece a un banquero y que a Ortiz se le hacían críticas porque especulaba o hacía periodismo de escritorio.
Con su salida, el Gobierno, aparentemente, gana otra batalla en su guerra contra el periodismo.
Pero quien pierde no es Ortiz sino el Ecuador, porque nos guste o no la forma de pensar del ex entrevistador, su salida implica la extinción de otra voz y el debilitamiento de una democracia que debería ser tolerante y pluralista.