El Tiempo, Colombia, GDA
En estos tiempos en los que se asesina y tortura en nombre de Dios, el tema del discurso del presidente Barack Obama durante el desayuno del Día Nacional de Oración, celebrado el jueves pasado en Washington D. C., parecía apropiado.
Apropiado si olvidamos por un momento que Estados Unidos es un país en el que teóricamente existe una separación entre Iglesia y Estado, y que este es un evento en el que políticos, empresarios y autoridades religiosas se han reunido desde hace 63 años, para orar bajo los auspicios de una organización cristiana.
La intención de Obama en este discurso era mostrar que el fanatismo pervierte los principios religiosos tanto de musulmanes como de cristianos, que las acciones de un grupo minoritario de terroristas no deben servir de pretexto para condenar al islam, recordarle a la gente que en nombre de la religión se han cometido atrocidades terribles. Para decirles a todos que no se debe criticar al prójimo sin poner en cuestión las conductas propias.
Por más que nos horroricen los brutales crímenes del Estado Islámico –afirmó Obama–, en la historia de la humanidad siempre ha habido “una pecaminosa tendencia a pervertir y distorsionar nuestra fe”, y añadió que estas no son las primeras fechorías cometidas por un grupo de fanáticos religiosos ni, muy probablemente, las últimas.
En nombre de la religión –dijo– se han cometido abusos, guerras de conquista, asesinatos y arbitrariedades, y puso como ejemplos a las Cruzadas, y los juicios y torturas de la Santa Inquisición. En Estados Unidos –continuó Obama–, también en nombre de Dios se decretó la esclavitud y luego se condenó a una raza a vivir segregada y en condiciones inferiores.
Estos son hechos históricos irrefutables, pero, a pesar de la veracidad de sus palabras, sus comentarios provocaron lamentables y enconadas reacciones, como la del exgobernador de Virginia Jim Gilmore, quien acusó al Presidente de “haber ofendido a todos los cristianos en Estados Unidos”.
Otros críticos del discurso han dicho que no cabe la comparación porque no hay “equivalencia moral” entre lo que pasó hace 500 o
1 000 años y lo que está pasando ahora. La historia de las Cruzadas es una historia “centenaria y complicada” –escribió un comentarista conservador–, mientras que lo que hace hoy el Estado Islámico son actos terroristas.
Tampoco faltaron quienes dicen que el Presidente debería enfocarse en los enemigos de EE.UU. y no en la culpa propia, y este es, a mi juicio, el meollo de la crítica a Obama. A los nacionalistas les cuesta mucho trabajo reconocer los errores y las partes más oscuras de su historia porque, según ellos, Dios le ha otorgado a Estados Unidos un papel excepcional en la historia humana. Concedo que aceptar los yerros de un país no es fácil ni frecuente.
Yo coincido con Obama cuando nos recuerda que el triunfalismo estadounidense, imbuido de religiosidad, frecuentemente impide hacer una evaluación seria de lo que hay que hacer para cumplir con la propia imagen del país, y que solo admitiendo estas deficiencias en la historia nacional se pueden solucionar los problemas y el país puede avanzar.