Columnista Invitada
El fuego en la Amazonía americana, con afectación directa a países como Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú y otros habría destruido alrededor de 2.5 millones de hectáreas en tan solo un mes. Sin embargo no es el único continente afectado, África sufre incendios en extensas superficies, Alaska habría perdido casi un millón de hectáreas de bosques, igual que el norte de Canadá, mientras en Siberia se estiman 5.2 millones consumidas por los incendios.
Las imágenes satelitales mostradas por la NASA son aterradoras, se pueden ver claramente los miles de focos de fuego, representados en rojo, en las diferentes partes del mundo, literalmente el planeta arde, solamente en la selva amazónica se calcularon más de 40.000 focos activos, el planeta está herido y tal vez de muerte.
La información diaria de los medios y las voces internacionales de gobiernos y líderes mundiales, comprometidos con el medio ambiente, expresaron la gravedad de la situación, así como la preocupación por el deterioro ambiental del planeta y con ello la pérdida flora y fauna únicas en la Amazonía, así como la disminución de una parte importante de selva, fuente generadora de oxígeno para todo el mundo con serias consecuencias en la calidad de vida de sus habitantes, situación que podría tornarse en una tragedia mundial.
Lamentablemente, la naturaleza humana no considera la prevención, resultado de aquello son los diferentes tipos de agresiones a la sabiamente denominada Madre Tierra, a través de la contaminación del suelo por el uso indiscriminado de químicos y pesticidas, el sobre uso de materiales plásticos, la carencia o ineficiente tratamiento de la basura, los incendios provocados, la deforestación atroz y otras prácticas habituales que son en gran medida respuesta al proceso de industrialización y consumo que demanda la vida moderna, con visión rentista e inmediata y sin pensar en el futuro de las nuevas generaciones, para las cuales la vida puede convertirse en una proeza de supervivencia. El calentamiento global, las inundaciones, la proliferación de enfermedades, etc, son muestras irrefutables de la reacción de la naturaleza y cuya magnitud podríamos al menos disminuirla.
“La tierra no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos”, grafiti escrito en una de las paredes de Quito. “Quien si su hijo le pide pan le da una piedra? ” (Mateo 7:9). Si solo lográramos tener conciencia de lo que esto significa, seguro actuaríamos con mayor responsabilidad y racionalidad en el uso y cuidado de los recursos. Para el 2050, según las proyecciones, habrá más de 9.800 millones de personas en el planeta, las ciudades se super poblarán, el agua se tornará escasa, la salud se verá muy amenazada por la contaminación y las superbacterias, la seguridad y soberanía alimentaria entrarán en crisis. ¿Por qué no lo entendemos hoy?