Culminados los comicios para elegir a los nuevos mandatarios que deberán posesionarse el 24 de este mes, la autoridad electoral ha declarado triunfador al binomio oficial. Más allá de las dudas generadas por un proceso viscoso, donde todo el aparataje estatal y su propaganda estuvieron volcados para favorecer al candidato de los colores gobiernistas, lo cierto es que existe un Presidente elegido que tendrá que dirigir los destinos del país apenas en tres semanas. Existe ansiedad en gran parte de la ciudadanía por saber cuáles serán las primeras disposiciones del mandatario electo para sortear los enormes problemas que hereda de su antecesor. Así mismo persiste la curiosidad por averiguar si las diferencias que se marquen con el gobierno que fenece serán sólo de estilo, o si se establecerán ciertos contrapuntos con lo que ha sido constante en esta última década: hostigamiento al emprendimiento privado, descalificaciones a los que piensan diferente, ataques injustificados a medios de comunicación y periodistas que se han atrevido a cuestionar al régimen, hechos que sin duda han provocado un quiebre en la sociedad ecuatoriana. En suma, resta por conocer si lo que se viene es o no una continuación de lo vivido en estos últimos años. Para descifrar estas interrogantes las únicas pistas existentes serán las que proporcione el propio Presidente electo al momento de arrancar su administración.
Sin embargo no sería aventurado decir que el sello de la nueva administración dependerá de cuánto el nuevo Presidente se considere dueño de su triunfo. Si llega a la conclusión que sin su figura, endulzada por su predisposición al buen humor y la habilidad para evadir temas álgidos que deteriorarían su imagen, la victoria de la alianza gobiernista no habría sido posible entonces podríamos estar frente a un político seguro de sí mismo e interiormente convencido que no le debe nada a nadie, para ponerse al mismo nivel de quién lo precede en el cargo.
Si por el contrario, concluye que su acceso al poder ha sido obra de terceros que solo vieron en él la imagen dulcificada del proyecto político que les garantizaría continuar en el poder por unos cuantos años adicionales, romper el cordón umbilical con sus mentores le sería casi imposible.
En tal caso, esperar que exista una impronta propia de su gestión resultaría impensable.
No hay duda que el triunfo se produjo por el apoyo de la maquinaria del gobierno y la fuerza restante del mandatario saliente. Pero ¿hubiera sido suficiente aquello con otro candidato de filas de gobierno? ¿Habrían conseguido imponerse con el 2% de los votos si no tenían a la mano una persona que por buen tiempo estuvo distante de las disputas internas que resquebrajaron al país? En muy poco tiempo se sabrá si el nuevo gobierno toma distancia de las posiciones más recalcitrantes de los que impulsaron su candidatura. Por hoy sólo hay rostros adustos en las fotografías de los encuentros oficiales, que son la muestra de la incertidumbre por lo que se viene. ¿Serán capaces de leer el mensaje de las urnas?
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