En la ética populista el gobierno es el único depositario de los designios populares y, por tanto, solitario custodio y fiduciario de la verdad suprema. En la ética populista el Estado tutela a sus propios ciudadanos: decide qué debemos ver en la televisión, qué es conveniente que leamos, qué debemos pensar y cómo debemos expresarnos, por razones superiores y de orden público. En la ética populista el poder prevalece sobre el ciudadano y siempre tiene la razón, el poder es siempre supremo y no responde ni rinde cuentas a nadie, porque el poder es la voz del pueblo y nadie ni nada pueden estar por sobre el pueblo.
En la ética populista los símbolos y las palabras sagradas y rimbombantes son propiedad privada y privilegio del poder: solo el poder encarna y representa a la patria, solo el poder está en capacidad de conservar y guardar la soberanía, solo el poder son la Bandera y el Escudo, solo el poder es la República, solo el poder sabe qué nos conviene más, solo el poder está en capacidad de definir lo que es la democracia. En la ética populista el poder es el único calificado para definir y para clasificar qué otros países son imperios del mal y qué países son lo suficientemente amigos como para conformar la ‘Patria Grande’ (no sé, ustedes me dirán qué significa esto).
En la ética populista el poder tiene el monopolio sobre héroes y tumbas, decide qué próceres es necesario exhumar y a qué otros es preciso enterrar una vez más.
En la ética populista el poder tiene la primera y la última palabra sobre a qué líderes hay que adorar y a quién hay que lamerle las botas para salir adelante. En la ética populista el poder nos ve, nos escucha y nos patrulla.
En la ética populista el poder tiene la dispensa de decidir qué está fuera del contexto y qué queda dentro del contexto, siempre y cuando, por supuesto, convenga a los más altos intereses patrióticos, esté de acuerdo con los designios y los lineamientos del partido y de las bases, esté conforme a los deseos de los líderes. En la ética populista el desacuerdo es conspiración. En la ética populista una opinión disidente es un intento de desestabilización.
En la ética populista la divergencia se soluciona argumentando los más oscuros intereses. En la ética populista los fantasmas siempre acechan y afilan sus garras: las agencias internacionales, el malévolo capital, los infiltrados, los nunca identificados grupos de poder. En la ética populista la protesta es terrorismo.
En la ética populista las manifestaciones son siempre subversivas. En la ética populista el poder es atemporal, absoluto, indiscutible, inoponible, incuestionable, sagrado y sacrosanto, venerable y genuflexible. En la ética populista…