Trátese de un ajuste de cuentas o de una producción maquiavélica, o de las dos cosas a la vez, en estos días hemos visto y oído tanto sobre la corrupción alrededor del oro negro, que solo algo queda claro: eran ingenuos o estaban desesperados quienes pensaban que el ruido, iniciado hace menos de un año con las denuncias de los ‘Panama Papers’, se silenciaría con unos cuantos funcionarios presos o en fuga.
Si hubiese algún fondo de verdad en las preguntas que lanza desde su exilio dorado el actor central de la superproducción, no hay duda de que una de las industrias beneficiadas en esta época es la de la confección de maletines y, con tanto viaje y escapada, las industrias de aviación y de turismo.
En estos años ha habido un relevo de la clase media, lo cual no es malo en sí mismo, a condición de que no siga el modelo de alpinismo social de un profesional joven que ya tiene tres departamentos y está escogiendo otro en Nueva York, y hace unos meses celebró su primer millón. Se dirá que el hijo del populista que gobernaba hace 20 años celebró su primer millón en unos meses y no en años, pero hay que darle todo el mérito al actual héroe: el millón de 1997 era en sucres.
Se escucha la letanía de que corrupción ha habido en todos los gobiernos, y se ha desempolvado un libro que incluye el negociado de los Camberra en uno de los mandatos del cinco veces presidente Velasco Ibarra, quien murió en una pobreza franciscana. Y, ya que hablamos de Francisco, se argumenta que el Pontífice reconoce que incluso en el Vaticano hay corrupción… Se dice también que ‘no somos todos’, y es verdad. Pero es evidente que, en arca abierta, el justo peca. Y el arca ha sido gigantesca. El presidente Correa afirma que el Estado no se ha perjudicado, pero preguntamos otra vez: ¿de dónde sale el dinero de los sobornos pagados por ciertos contratistas del Estado? Nada justifica que se soborne a funcionarios ‘traidores’, pero para que existan los sobornos, alguien tiene que pedirlos.
De lo que hasta aquí se sabe, es posible establecer un patrón: contratos con pocos estudios que arrancan con un precio base y que luego tienen convenios complementarios, un sistema legal permisivo y una auditoría opaca. Si el anterior ‘boom’ petrolero dio lugar a que se escribiera El festín del petróleo, en función de lo contratado y construido uno presume que pudiera haber material para escribir El ‘fiestón’ del petróleo.
Al Breaking Bad criollo se suma el hecho de que, mientras en otros países hay avances contundentes sobre las denuncias de sobornos de Odebrecht, la Fiscalía ahora hace el ridículo porque supuestamente no puede traducir documentos en portugués.
¿Cuánta deuda externa se podía haber evitado? Los economistas dirán que ninguna. ¿Se sabrá el tamaño del entuerto? Los políticos acaso dirán que nunca.