La dinámica de la pandemia se cuenta por olas de contagios en varios países de Europa. En Ecuador hay preocupación por el número de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos frente a la cifra de casos diarios.
Aunque la fase cero debía ya ponerse en marcha, no hay todavía una fecha exacta para la llegada al país de las primeras 50 000 vacunas ni del complemento de 36 000.
Hay un debate mundial sobre aspectos científicos, éticos y humanos. Pero se ha acordado vacunar a la población en mayor riesgo; primero a los ancianos, como se ha hecho en varios países. También a los médicos, que están en contacto con infectados y pueden ser a su vez foco de nuevos contagios. Y al personal de servicios, brindados por municipios.
Pero hay otros problemas a la vista. Las dosis que se requieren se cuentan por millones. Si se ha reservado un número suficiente, no se sabe con precisión. La autoridad tiene el deber moral con el país de decir cuántas vacunas tenemos aseguradas, mostrar el cronograma de entregas, embarques y costos, y poner en marcha los planes masivos de vacunación.
Todo tiene que ver con la infraestructura de cadenas de frío, los recursos del Estado que se destinen a esta prioridad y la conciencia de que es importante preservar la salud para establecer una cierta normalidad.
Adicionalmente se debe saber con claridad si los laboratorios tendrán disponibilidad de vacunas en número suficiente, dada la demanda creciente a escala mundial.
En Estados Unidos la anunciada vacunación masiva no ha cumplido las expectativas. Muchos no están de acuerdo en que las empresas vendan vacunas al exterior si, primero, no abastecen los mercados de los países que las producen. Eso nos pone en problemas, y muy severos.
Adicionalmente el manejo de las cifras de la pandemia -más allá de los repugnantes negociados con los insumos que la justicia todavía no termina de desmadejar ni aclarar- nos tiende una cortina de humo espeso y negro sobre la realidad, cuando las pruebas aplicadas son insuficientes. Vivimos en un cono de ceguera.