Las veredas de Quito van mostrando una fisonomía distinta. En algunos bulevares construidos con fines peatonales, es más constante la presencia de vendedores.
El esfuerzo que han hecho varias administraciones municipales por el embellecimiento de las aceras, su ensanchamiento e iluminación, tienen el fin primordial de facilitar la circulación de los peatones con comodidad y holgura.
Pero en los últimos meses con más profusión – un fenómeno que sin duda se verá crecer por las fiestas de fin de año-, los vendedores ambulantes poco a poco van copando estos espacios.
Hay puestos de ocupación casi permanente; además muchos locales comerciales exhiben la mercadería fuera de las vitrinas para atraer clientes.
Es una verdad rotunda que las ventas ambulantes reflejan que muchas personas no tienen puestos de trabajo fijo y que buscan comerciar baratijas, franelas, artefactos para los autos y todo tipo de curiosidades, aunque ello signifique atosigar a conductores y peatones.
El problema social es una deriva de las condiciones económicas del país, pero eso no significa que irremediablemente la ciudad y sus vecinos deban pagar los platos rotos de esta realidad.
Al tiempo que construyen bulevares, las autoridades del Cabildo deben extremar el control, así como estimular el uso de infraestructura comercial para los miles de vendedores ambulantes. Una ciudad para todos, cada quien con sus espacios de circulación y trabajo, es la fórmula para vivir en armonía.