La Panamericana Norte, desde la entrada a la ruta Collas hasta el puente del río Guayllabamba, se cierra por cerca de seis meses.
El proceso de reconstrucción de los taludes, para evitar derrumbes como los sucedidos como consecuencia de los sismos y sus réplicas, obstruye una carretera crucial para comunicar a la capital con el norte del país.
Lo sucedido hace rebrotar el debate sobre la infraestructura vial de nuestro país, donde la vulnerable y escarpada topografía hace difíciles y costosas las obras para construir carreteras.
La vía cerrada hoy no es nueva. Se trata de una carretera que tiene más de cuatro décadas, pero que ha sido ampliada varias veces y sobre su trazado original se han hecho modificaciones.
Una vez que se cierra la ruta y se practican obras emergentes de ingeniería para estabilizar los taludes y evitar derrumbes, el único vínculo vial de Quito con el norte de la Serranía es la ruta E35.
Debemos recordar que esta vía estuvo cerrada ante una emergencia hace pocos días, apenas se abrió la ruta Collas.
Los primeros reportes muestran que la congestión hace que los viajes, a Cayambe, Tulcán, Ibarra o la propia localidad de Guayllabamba, experimenten demoras.
La producción se mueve por allí. El transporte de alimentos y el paso de los vehículos de pasajeros se complican.
Una vez retomada la normalidad habrá que ampliar la E35 y planificar otras rutas alternas, para evitar que derrumbes o aluviones dejen a una parte importante del país desconectada como hoy.