Byron Moreno ha sido un nombre casi siempre asociado a momentos duros.
Como árbitro profesional hizo una carrera brillante hasta que llegó el 2002.
A finales de ese año vivió un episodio dramático cuando pitó un importante partido entre Liga y Barcelona, en Quito.
Los hinchas guayaquileños lo acusaron de favorecer al equipo local, que ganó el partido con goles en un prolongado tiempo suplementario de 13 minutos.
Desde entonces Moreno quedó estigmatizado en el periodismo futbolero local, en parte porque los medios tomaron con exagerada pasión el desenlace de ese partido y bendijeron o satanizaron al árbitro, según la subjetividad de cada comentarista.
Algunos, más suspicaces, sugirieron que el arbitraje de Moreno tenía la intención de atraer simpatizantes para su candidatura a concejal de Quito por el Prian, el partido político del magnate bananero Álvaro Noboa.
Pocos meses antes protagonizó otra polémica, esta vez de trascendencia internacional.
La FIFA lo designó para que pitara en el Mundial Corea-Japón.
Moreno arbitró el partido entre Estados Unidos y Portugal y salió ileso de la crítica.
Pero luego dirigió el encuentro entre Corea del Sur e Italia y fue el centro del escándalo cuando expulsó a Francesco Totti y anuló un gol a los italianos.
Corea del Sur ganó el encuentro, mientras los periodistas e hinchas del equipo europeo nunca perdonaron a Moreno.
En el 2003 se retiró del arbitraje profesional y se dedicó a distintas actividades, entre ellas a comentar los partidos del torneo nacional de fútbol para canales y radiodifusoras locales.
De pronto, ese mismo hombre acosado por el escándalo y el dolor familiar aparece acusado de intentar pasar los filtros aduaneros estadounidenses portando heroína.
Aunque la historia está fresca y muchos lectores la conocen, quiero reflexionar sobre ella desde la perspectiva mediática.
El buen periodismo ha dado una lección de dignidad a quienes suelen denostarlo con la intención de restarle valor.
Este buen periodismo, en el caso de Moreno, presentó el tema con extremo cuidado, sin tratar de sacar ventaja de la supuesta estridencia del hecho y sin buscar ángulos amarillistas o sensacionalistas para vender más ejemplares o ganar rating.
Pero el otro periodismo, que no podemos negar que existe, olvidó una vez más que todos los seres humanos “noticiables” merecen respeto y que mientras más delicado es el tema, mayor rigor y menos adjetivos hay que poner en la difusión de los hechos.
Quien repase con cuidado los contenidos de los medios y sepa diferenciar lo que hacemos unos y otros, entenderá la oscura perversidad que implica generalizar y agredir semanalmente a la prensa como si todos los periodistas viviéramos de la carroña.