Los argentinos rabian contra su Gobierno. No es para menos: en medio de una larga etapa de bonanza en los precios de productos agrícolas, la presidenta Cristina Fernández ha creado las condiciones de una perfecta tormenta económica.
El país sufre una de las tasas de inflación más altas de Latinoamérica, depreciación de la moneda, enorme gasto público, corrupción generalizada, aumento de la delincuencia, falta casi total de inversiones extranjeras y, además, está prohibidísimo intentar salvar los ahorros colocándolos fuera de las fronteras nacionales. Deben depositarse en bancos locales para que los confisquen en el próximo corralito. Lo patriótico es dejarse robar mientras se tararea “Devórame otra vez”.
El dólar oficial está a 5.12 por uno y el “blue” -o negro- está en 8.30. Eso significa que, para quienes cobran en moneda nacional, el país está caro, pero con dólares resulta barato. Así la avidez por acaparar dólares aumenta su valor, dispara la inflación y reduce el poder adquisitivo de la divisa nacional. Un camino al despeñadero bien conocido por los argentinos .
La historia es cíclica. Hace años, conocí en Madrid a un argentino desilusionado con una nación, decía, bipolar: porque unas veces vive desenfrenadamente eufórica y otras en profunda depresión.
Yo aseguraba que con tantas riquezas naturales y una sociedad educada y creativa, el país que hace 70 años estaba en la proa del planeta, se recobraría cuando fuera gobernado con sensatez y probidad.
Mi amigo, pesimista, sostenía que no, porque el esquema asistencial-clientelista entronizado por el peronismo era incurable y generaba un progresivo deterioro material y espiritual del que nunca escaparían .
Pese a estas quejas, como era persona inteligente y con algunos ahorros, mi amigo argentino vivía de identificar los ciclos del trastorno. En etapas de depresión compraba pisos en las zonas mejores de Buenos Aires, esperaba que llegaran las vacas gordas, y entonces los vendía.
Me contó que el ciclo solía completarse en 8 años y, si todo iba bien, dejaba un saldo de 2 o 3 millones de dólares que sacaba por Uruguay y luego dejaba a buen recaudo hasta la próxima catástrofe. (Ahora, por ejemplo).
En principio parecía que mi amigo vivía del mercado, pero en realidad, explotaba la infinita incompetencia de unos gobiernos insensatos que provocaban la depreciación del valor de la moneda, que es la forma más rápida y directa de empobrecer a las personas .
Vivía de políticos que no entendían que una de las mayores responsabilidades de los gobernantes es mantener el valor y la estabilidad del dinero, porque ese es el punto de partida de los intercambios económicos y, por ende, de la convivencia sosegada.
Con probabilidad este nuevo vendaval que sufren los argentinos termine por desacreditar y barrer totalmente al gobierno de Cristina Fernández. Es lo que suele ocurrir en la fase depresiva del ciclo. Los gobernantes también se devalúan.