De vez en cuando se dan hechos que ponen de relieve ese subyacente drama que nos impide vernos como realmente somos. A propósito de una Ordenanza que busca que en los actos oficiales se interprete una estrofa del Himno de Quito, dejando de lado aquella en la que subyace alguna nostalgia hacia lo español, se pone en evidencia que somos una sociedad que no se reconoce a sí misma, que por un lado se niega pero por otro no quiere identificarse como producto de procesos históricos sobre los que, actualmente, ya no tenemos incidencia, salvo que pretendamos deformar los hechos en interés de proyectos particulares o de grupos.
Cuando se realizó el último censo de población, la mayoría de ecuatorianos se reconoció y afirmó que era mestizo. Un proceso largo, de siglos, había hecho que los habitantes de estos países, no sólo el nuestro, salvo aquellos pueblos que no tuvieron contacto, sean el resultado de la mezcla entre europeos y aborígenes. Pero esa fusión no sólo se produjo en la sangre sino como fruto de la conquista se impuso la cosmovisión europea, se trajo una nueva religión y las universidades en las que se formaron los hijos de conquistados y conquistadores reprodujeron la visión occidental del conocimiento.
En esa matriz nos formamos y fue la que dio paso al Ecuador de los días actuales. La tensión que duró siglos, en ciertos momentos se inclinaba por un acento más americanista y otro por lo hispano. La estrofa que se quiere dejar de lado buscaba una simbiosis que en momentos dejó contentos a los bandos. Se hacía apología de la ciudad que “el incario soñó”, cuando la realidad histórica no sitúa en más de 50 años la presencia de los incas por estas tierras, quienes venían también con ánimo de conquista. De otra parte se refiere al amor de España, aunque en los hechos no parece que habríamos tenido consideraciones especiales de parte de la metrópoli.
Probablemente la estrofa escogida refleja una visión más cercana a la percepción de los tiempos actuales. Pero no deja de transmitir un sesgo por querer ocultar lo que ha sido el proceso en búsqueda de una propia identidad. Lo paradójico de todo esto es que, en su gran mayoría, los análisis, las arengas y los discursos que se realizan parten desde la formación académica que tiene como fuente básica lo occidental, categorías de análisis provenientes de fuera, experiencias y reflexiones no siempre generadas con autonomía de esas escuelas del conocimiento.
Sin duda las nuevas corrientes pueden ser oportunas para los actuales tiempos políticos, que no dejan de brindar elementos para percibir esa contradicción entre lo que se dice ser y lo que se practica. Somos indigenistas y americanistas, pero con ansias de posgrados en el exterior, exaltados por el rock y ávidos de billetes verdes para gastar en los “malls”. Bastante auténticos.
Corrientes oportunas para nuevos tiempos políticos, con elementos para percibir contradicción entre lo que se dice y lo que se practica.