El anuncio de la Consulta popular coincidió con la muerte del novelista Javier Marías. Esta circunstancia casual invita a meditar sobre el lenguaje y la comprensión de las preguntas que serán sometidas a consulta del pueblo. Si los juristas del Ejecutivo han necesitado 470 páginas para explicar su contenido a los versados magistrados de la Corte Constitucional, ¿cuántas páginas necesitarán para explicarnos a los sencillos ciudadanos que debemos tomar la decisión?
Javier Marías explicaba la dificultad de relatar, en este caso preguntar, por las limitaciones del lenguaje. Decía Marías: “La lengua misma no es más que un permanente tanteo, un esfuerzo más bien inútil, una búsqueda que ni siquiera es muy libre pues está condicionada por las convenciones y por el pacto con los demás hablantes”.
La formulación de las preguntas supone una profunda meditación de los problemas a resolver y un tanteo muy cuidadoso de las palabras para persuadir a los electores pues ya se sabe, no hay respuestas correctas a preguntas equivocadas.
La Consulta plantea tres temas de alta valoración popular: la seguridad, la erosión política y la ecología. Es curioso que no incluya temas económicos, como la reforma laboral en la que no pudieron ponerse de acuerdo Ejecutivo y Legislativo.
Los adversarios del gobierno no podrán oponerse a la extradición de los narcotraficantes, la colaboración de los militares para recuperar la seguridad ciudadana, la reducción del número de asambleístas o que los partidos políticos cuenten con afiliados reales.
La salida más probable será rechazar la Consulta, como han hecho ya Leonidas Iza y Rafael Correa. No podrán, sin embargo, eludir pronunciarse sobre cada pregunta y no podrán oponerse a ellas sin aparecer como amigos o cómplices de las organizaciones delictivas. Les queda la esperanza de que la Corte Constitucional objete algunas preguntas y estarán poniendo velas a Tomás, el Santo patrono de las dudas rogándole que confunda a los magistrados.