Vivimos en un tiempo impaciente por llegar los primeros y por ser más que nadie. La cultura dominante, casi sin darnos cuenta nos ha hecho ambiciosos hasta el punto que quien manda entre nosotros es la codicia Me pregunto si los alumnos de nuestros colegios y universidades estudian para saber o, mejor, para ganar. Hoy, la competencia; mañana, la plata. Es evidente que los “buenos” son los que ganan y los “malos” los que pierden. ¿Será todo cuestión de notas y calificaciones? Durante mucho tiempo la retórica educativa se centró en lo académico, en los buenos perfiles y resultados académicos. Es evidente que las calificaciones y los títulos dan brillo y esplendor y no dejan de ser una excelente tarjeta de presentación. Pero no todo está tan claro…
Expertos en psicología educativa critican esta manía hodierna de asociar inteligencia con buenas notas. Cifras y promedios, ¿darán la medida de nuestra inteligencia? Personalmente lo dudo. Es más, pienso que cuando un alumno sabe la calificación que necesita para obtener una media de aprobado, acaba alejándose del mundo de la curiosidad, de la investigación, de la curiosidad cultural y acaba cuadrando su inteligencia a la medida de lo que se le pide.
Tampoco habría que olvidar los temas del control y del poder. La educación ha sido siempre una de sus grandes armas. En mi primera juventud tuve un profesor que utilizaba las notas para dejar claro “quién manda aquí”. ¿O acaso no funcionan así los regímenes totalitarios? Cursos y oposiciones han ido dejando en la cuneta a una legión de personajes molestosos, precisamente por serlos. Quizá por eso, más de un alumno tiende a ver el centro educativo como un espacio hostil.
Gracias a Dios, los planes didácticos de este último tiempo nos han ido metiendo el dedo en el ojo del memorismo, de lo repetitivo, de la retentiva, de la falta de creatividad y de investigación. Ciertamente, no hay nada más atractivo que un alumno ocurrente y crítico. Otra cosa es la paciencia que hay que tener con él.
Yo tuve un profesor de literatura y de arte, salesiano ilustre, que solía decir: “Hay que aprender a escribir fuera del encerado”. Extendía nuestra curiosidad y nuestra imaginación más allá de lo formal. Gracias a él aprendí a tener pasión por las letras y por las piedras, a mirar la realidad con los ojos del corazón y a navegar por los espacios interiores. Por eso, combinar retentiva y creatividad es un arte que todo docente debería de practicar.
Los estudiantes (y sus padres) presumen de las notas, pero, quizá, no son conscientes del significado del saber y de la cultura. Un antiguo compañero solía decir: “Esta materia ya me la he quitado de encima”. Ojalá que maestros y profesores enseñaran a degustar el valor de la sabiduría, a descubrir la continua relación que existe entre el saber y la vida y la importancia de tender puentes entre el aula y la calle.