Semanas atrás conocí Cangahua; tierra desde la que, hace varias décadas, se gestó la organización indígena del Ecuador. Un grupo de profesores universitarios fuimos testigos del inicio de una importante iniciativa de la Universidad Central del Ecuador que estableció allí una extensión universitaria.
En esta ocasión la casa comunal se llenó de expectativa y la comunidad recibió a la universidad para un intercambio de conocimiento y experiencias en dos direcciones. Universitarios del movimiento Manuel Agustín Aguirre evocaron el legado de ese gigante del pensamiento universitario ecuatoriano, quien proyectó la idea de una universidad abierta y cercana a la sociedad.
Parecía un acto intrascendente, pero fue un acto de fe; la ratificación de una universidad comprometida con el país, sus desafíos y problemas; la reiteración de que hoy en día aún podemos pensar en una cátedra al servicio de quienes más lo necesitan; de una universidad consciente de su función crítica.
Como profesor universitario me sentí movido, convocado. Me asaltó la pregunta de hacia dónde camina la reforma universitaria en marcha; me cuestionó la sensación de que hoy, con excepciones contadas en el ámbito público y privado, la Universidad ecuatoriana ha bajado la cabeza ante el modelo que el Estado y su proyecto político-partidista le quiere imponer. Y ese modelo se sustenta en una visión de universidad como apéndice del cacareado cambio de la matriz productiva y pieza de sus narrativas publicitarias; un modelo enfocado en el mito de que la excelencia se mide por número de PhD o publicaciones indexadas, pero que no considera lo que la Universidad es y ha sido en la historia nacional.
Sí, la Universidad ecuatoriana, desde diversas perspectivas y posiciones, se ha forjado en la vocación de ser un puente principal de la inclusión social, un espacio de severo cuestionamiento al estatus quo, un instrumento de reflexión y de movilización de la sociedad. La Universidad, en la tradición ecuatoriana, fue siempre un terreno de contestación política, que muchas veces cayó en el vicio de la politización, pero que tuvo el mérito de concebirse como un territorio privilegiado de transformación.
Ese fue el meollo de pensamiento universitario ecuatoriano; pensamiento que hoy choca con una visión que la entiende como aparato burocrático para llenar formularios y cumplir requisitos administrativos, con profesores y estudiantes acríticos sometidos a poderes externos a ella. Esa era una Universidad política, en el mejor sentido de la palabra; no un claustro sumiso y temeroso de que el poder la clasifique y la marque con una letra en la frente.
Pero vuelvo a Cangahua. En uno de los discursos, Lucas Polo, viejo catedrático y luchador de causas sociales y universitarias, relató sus visitas con Manuel Agustín Aguirre a Dolores Cacuango. Cuánto bien nos haría a los universitarios del presente, en vez de mirar como modelo a universidades extranjeras, acercarnos a los dirigentes sociales, abrirnos al país, clavarnos en la mente la estaca de la realidad.