“Un político que dice que no recibió sobornos, miente” afirma Marcelo Odebrecht en el vibrante documental que acaba de lanzar Netflix: ‘Al filo de la democracia’, de Petra Costa, joven y premiada cineasta brasilera, quien, al igual que la Laurence Debray de mi artículo anterior, es hija de revolucionarios y su madre estuvo presa en la misma cárcel donde torturaron a Dilma Rousseff en la época de la dictadura militar que tanto admira Bolsonaro.
Con este antecedente, tal como millones de brasileros, Petra confió en que Lula transformaría el corrupto sistema político de Brasil. Pero el asunto se torció y de esa pasión desengañada nace un relato fílmico en primera persona, cálido, respetuoso con sus héroes caídos, que aborda la bulliciosa y trágica historia de Lula, Dilma y el pueblo que los adoró. Trágica porque empezaron limpios y rebeldes, cargados de esperanza, y terminaron devorados por la sucia maquinaria del poder. O, si prefieren, por ‘El Mecanismo’, que es el nombre de otra controvertida serie sobre la corrupción brasilera.
De entrada vemos a un Lula de pelo negro que, cigarrillo en mano, lidera las huelgas contra la dictadura, funda el Partido de los Trabajadores (PT) y al cuarto intento gana la presidencia en el 2002. Si por un lado obtiene grandes éxitos económicos y sociales y se convierte en un personaje de escala mundial, por otro empiezan los escándalos de corrupción como el Mensalao, nombre que se dio a las mensualidades pagadas por el PT a diputados de otros partidos a cambio de votos para sus leyes. Sigue una alianza electoral con el PMDB, el partido de Temer, que representa a la oligarquía. Justificándose, Lula declara: “Si Jesús hubiera vivido en Brasil, habría hecho alianzas incluso con Judas”.
Pero otros entrevistados no están de acuerdo y recuerdan que el PT hizo lo mismo que había prometido combatir: acuerdos públicos o secretos con los cuadros de la oligarquía y cobro de inmensas coimas a los empresarios a cambio de contratos con Petrobras. Lo terrible es que para los políticos de izquierda o derecha esa fue la forma normal y aceptable de financiar campañas. Ante ello, el apartamento por el que el juez Sergio Moro atrapó a Lula es casi una ridiculez. Mucho más grave para América Latina fue su alianza con Odebrecht.
Acá, Fernando Villavicencio ha denunciado que fue Marcelo Odebrecht quien armó la primera agenda entre Lula y Correa. Allá, la cámara de Petra va captando desde el ángulo más íntimo la destitución de Dilma y la prisión de Lula en un juego de traiciones y delaciones donde todos acaban manchados. El mismo Moro, que ganó fama de justiciero, se incorporó al gobierno atrabiliario de Bolsonaro y hoy es visto como una pieza más de la gran conspiración contra Lula.