El escándalo político que golpea actualmente a Brasil no es una crisis política más. Se trata de una crisis que se irradia en todo el continente en un doble sentido. Primero, porque la política mercantilista del Brasil hoy desnuda una red de corrupción que se derramó por la mayoría, sino todos, los países de la región, con lo cual la pus saltará por muchos lados arrasando a políticos y gobernantes de otras latitudes. Segundo, porque los alcances ideológicos del derrumbe moral de Lula y del PT representan el fin de una época en que la izquierda latinoamericana actuó con una aureola de impunidad. La justicia a ha destapado una caja de Pandora que transformará no solo la política brasileña, sino a la izquierda latinoamericana. Su símbolo, Lula, hoy utiliza un cargo estatal como parapeto para evadir sus responsabilidades judiciales. Una triste visión de la política y del Estado como aparato de impunidad para el líder y el partido de gobierno.
Y es que por más de cincuenta años, desde la revolución cubana, la izquierda latinoamericana hizo política desde la trinchera del idealismo y de la ética. La figura del Che Guevara fue el ícono mundial en que se ancló un paradigma de heroísmo político que sedujo a millones en el mundo, pero sobre todo, arrinconó a los políticos de otras tendencias a una posición en que los valores, los principios, el idealismo, quedaban bajo un virtual monopolio de la izquierda. Ésta, según su perspectiva maniquea, hacía política desde los ideales, la entrega, el sacrificio, desde los valores de la justicia y la igualdad, mientras que los otros supuestamente solo defendían privilegios e intereses ilegítimos.
Apuntaló esta narrativa un movimiento cultural e intelectual que popularizó y sacramentó este estereotipo. La música protesta, la trova cubana y un movimiento continental de escritores, pintores, intelectuales avalaron y medraron del paraguas moral de impunidad que significó tomar el poder, gobernar, militar políticamente a nombre de los pobres, los desposeídos, los trabajadores, los campesinos, en contra de las oligarquías y el imperialismo. No es que los fundamentos del socialismo no hayan tenido ni tengan valor político. El socialismo, junto al liberalismo y la social democracia, es una de las grandes ideologías modernas. Pero su transformación en un cliché propagandístico de heroísmo, ética y moral, resultó en una muy efectiva patente de corso para robar y perseguir con la mayor impunidad. Eso demuestra el descalabro político y moral de Lula; quedó demostrado con los Kirschner; llegó a niveles de impudicia con el sandinismo nicaragüense; es igualmente patente hoy en Venezuela y no tardará de saltar a los ojos de todos con la revolución ciudadana del Ecuador.
La diferencia la marcó el sistema de justicia brasileño y su capacidad de actuar por fuera de los enormes intereses económicos y políticos afectados. Con ello se demuestra la importancia de una justicia independiente. Lo demás será un pataleo que lo hemos escuchado muchas veces: que todo es una conspiración de la oligarquía, el imperialismo, la derecha. Palabras vacías que ya no convencen a nadie.