Una recuperación económica, que ya muchos han vislumbrado para este año, podría salvar la actual generación de líderes políticos de Brasil, amenazada con la extinción por la campaña anticorrupción.
Esa apuesta explica la inusual productividad legislativa del Congreso Nacional, desde que asumió el gobierno presidido por Michel Temer, vicepresidente ascendido en mayo de 2016, cuando la presidenta Dilma Rousseff fue alejada del poder por un proceso de inhabilitación, acusada de fraudes fiscales, que acabó con su destitución el 31 de agosto.
Una amplia mayoría parlamentaria aseguró la rápida aprobación de medidas como la amnistiada repatriación de capitales mantenidos ilegalmente en el exterior, junto con nuevas reglas para la producción petrolera e incluso una enmienda constitucional que fija límites para los gastos públicos en los próximos 20 años.
El ajuste fiscal, aún pendiente de la crucial reforma del sistema previsional, que pauta en 65 años la edad mínima de jubilación y amplia el tiempo de cotización para los futuros pensionados, es encarado como restaurador de la confianza de inversionistas y consumidores, considerada decisiva para la reanudación del crecimiento.
Un aumento de 17,4 por ciento en la producción agrícola de este año, estimado por la estatal Compañía Nacional de Abastecimiento, y una fuerte caída de la inflación desde septiembre favorecen el optimismo que tratan de difundir las fuerzas gobernantes, tras la fuerte recesión económica de los dos últimos años.
“No se entabló una clara trayectoria de recuperación, sino de crisis más blanda o menos aguda”, evaluó Rafael Cagnin, economista-jefe del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial, refiriéndose principalmente a su sector, que sufrió una depresión.
La producción industrial cayó más de 17 por ciento en los tres últimos años, 2,5 veces más que el producto interno bruto brasileño. En diciembre de 2016 registró una expansión de 2,3 por ciento en comparación con el mes anterior, pero se trata de “oscilación” excepcional, según Cagnin.
“En este semestre debe seguir tambaleando, hacia un ligero resultado positivo al final del año, más bien una estabilización que una recuperación”, vaticinó a IPS.
La desindustrialización, que ocurre desde 1990, cuando Brasil abrió su mercado reduciendo aranceles y subsidios a las exportaciones de manufacturados, es el gran drama económico del país, según Luiz Bresser-Pereira, exministro de Hacienda y profesor emérito de la Fundación Getulio Vargas en São Paulo.
La “enfermedad holandesa”, que destruye la industria nacional por el tipo de cambio sobrevaluado, agrava el proceso, advierte a IPS el veterano economista.
Mario Osava
IPS