El Editor Político de EL COMERCIO, Carlos Rojas, es un gran entrevistador. Lo ha demostrado a través de múltiples diálogos que suelen publicarse. Hace poco él acudió para conversar con un personaje que ha sido muy poco requerido, pese a la trascendencia en la evolución histórica de nuestro país: el general Guillermo Rodríguez Lara, mucho más conocido con el apodo de ‘Bombita’ y quien gobernó durante los cuatro primeros años de la época petrolera.
Sin embargo, esta vez Rojas dejó una extraña sensación en los lectores: era como si las respuestas se quedaran incompletas; como que para los temas de mayor fondo y mayor dificultad se estuviera esperando y necesitando una segunda parte.
Tanto más que el general Rodríguez Lara cerró virtualmente una fase entera de la peripecia nacional, el Velasquismo, y de manera simultánea dio entrada a otra, la petrolera, entre cuyas marejadas de los precios internacionales del ‘crudo’ seguimos debatiéndonos. Y lo hemos hecho particularmente a lo largo de los cinco años de la administración de Rafael Correa, afortunadísima como que legítimamente puede hablarse de la ‘cresta de la ola’.
Hay una respuesta que surge como equívoco. Rojas ha inquirido: “¿Cuando usted tomó el poder, lo hizo para impedir que Bucaram -se trata de Asaad Bucaram, no de los políticos actuales del mismo apellido- gobernara un país petrolero?” y Rodríguez Lara responde: “Muchas personas dicen que es el petróleo lo que nos produjo la decisión de intervenir en el Estado. No fue así: el petróleo se presentó como una coincidencia”.
En realidad, los dramáticos acontecimientos de entonces -cuando hacíamos las primeras armas en el periodismo- dan más bien la impresión de un proceso interesado, hábil y sistemático que culminaría con la toma del poder cuando el ‘golpe’ al que se llamó el ‘Carnavalazo’ debido a las fechas. Dentro del proceso se incluyeron la rebelión de la Academia de Guerra del general Luis Jácome; el tenso forcejeo en el Colegio Militar de Quito; la designación de Rodríguez Lara como Comandante del Ejército y los preparativos ‘logísticos’ del propio ‘golpe’ final.
Aún si se prescinde de los contagios de la dictadura castrense de Velasco Alvarado, es claro que no bastó con un ‘plan de gobierno revolucionario y nacionalista’ para definir el color del nuevo régimen, lo cual por supuesto no desmerece el valor de otras definiciones posteriores. Por ejemplo, cuando reconoce el influjo de las ideas de la Comisión Económica para América Latina y la inducción deliberada al industrialismo; también cuando advierte que no hay subsidios eternos, a propósito de los que se aplican a los combustibles; y cuando dice “yo no creo que alguien se deba perennizar en el mando. No creo en las formas monárquicas de gobierno. Siempre estuve preparado para dejar el poder, cumplida una etapa que fue fundamental”.