Hay conceptos y prácticas que se naturalizan como tales. Es decir que todos creemos “que así mismo es”. Tal como lo fueran -y aún lo son en ciertas partes del globo- el machismo o el racismo. En estos años de grandes cuestionamientos constantemente me he preguntado por qué el concepto de artesanía/artesano no ha sido cuestionado desde su procedencia como parte de una práctica artística excluida del “alto arte”, minusválida, de sectores populares, etc., etc. que rinde culto a la nostálgica idea burguesa de obtener -a menor costo posible- un pedacito de aquello que realiza una mano que va desapareciendo. Quedan pocos artesanos de telar de cintura o de cerámica negra, señalan antropólogos y vendedores. La mayoría ha debido migrar, los sucios y mal pagados oficios son literalmente abandonados por sus hijos que escogen mejor vida vendiendo automóviles o contestando teléfonos en Nueva Jersey o Milán.
Realmente no es cierto que esta situación anómala no haya sido cuestionada; lo lamentable es que la información queda aún en círculos ligados a la academia. Adolfo Colombres, Santiago Gómez, o el maestro de todos, Néstor García Canclini, han escrito sendos libros y artículos sobre la artesanía como una especie de cenicienta vestida como tal por los mismos sectores poderosos que detentan el conocimiento. Desde la Modernidad tardía, en nuestros países americanos, los políticos conservadores, progresistas o liberales tomaron la misma decisión: escindir las bellas artes de los oficios. Las escuelas de bellas artes liderarían la configuración de un arte moderno siguiendo modelos internacionales y capaz de revestirnos de un aire de civilidad y progreso, mientras que las escuelas de artes y oficios entrenarían a los sectores populares a realizar objetos de uso cotidiano “buenos, bonitos y baratos”. Y así siguió la cosa, como que así mismo fuera.
Sin embargo, cabe hacer una reflexión que puede revertir esta situación. Si consideramos por un instante que el conocimiento intelectual tiene el mismo valor que el conocimiento o manipulación del material y que ambos se complementan para construir un objeto útil, bello, valioso, estaremos en capacidad de comprender que el arte/diseño y la denominada artesanía, unidas en un solo concepto, pueden ampliar no solo la valía del producto sino, y sobre todo, la equidad social de quienes llevan a cabo dichos menesteres. Quizás se trate de unir la labor de estos tres tipos de sectores en proyectos investigativos y educativos para demostrar cuán complementarios pueden ser y cuán difusos son los bordes que los separan. Pienso en lo revolucionario que esto sería mientras camino por entre cerros de artesanías en las ferias de Otavalo y recuerdo lo que aislada y puntualmente realizamos en aquel sentido, en la Fundación Paúl Rivet en Cuenca.